Yo soy.
Duermo tormentosamente
sobre la punta de aquel árbol decrépito.
Bombardean mi casa,
mi templo
y mi alegría.
Los gorjeos suaves de las aves
se transforman en rugidos infernales:
en trompetas terribles
anunciando el final de los días.
Despierto mientras caigo.
Aterrizo
y me encuentro con extraños parajes
grises y empolvados.
El cielo de satánica iridiscencia
se cierne sobre nosotros,
la lluvia pinta en el sueño gris
cuadros ignotos
de pasión y dolor.
¿Qué hago?
Soy demasiado cobarde para seguir viviendo,
pero también para morir.
Mátame!
(Creo estar en el suelo, pero sigo cayendo.)
Todos los muertos se acercan.
Me tienden la mano y regurgitan
(sobre mi),
miénten y aman al porvenir,
a mi, a nosotros.
Luego se ríen burlonamente,
me escupen y me abrazan.
─Lamento no poder ayudarte─ dije entonces.
Y quise despertar, pero no pude.