sábado, 27 de marzo de 2010

Atardecer

Yo soy.

Duermo tormentosamente
sobre la punta de aquel árbol decrépito.

Bombardean mi casa,
mi templo
y mi alegría.

Los gorjeos suaves de las aves
se transforman en rugidos infernales:
en trompetas terribles
anunciando el final de los días.

Despierto mientras caigo.

Aterrizo

y me encuentro con extraños parajes
grises y empolvados.

El cielo de satánica iridiscencia
se cierne sobre nosotros,

la lluvia pinta en el sueño gris
cuadros ignotos
de pasión y dolor.

¿Qué hago?

Soy demasiado cobarde para seguir viviendo,
pero también para morir.

Mátame!

(Creo estar en el suelo, pero sigo cayendo.)

Todos los muertos se acercan.

Me tienden la mano y regurgitan

(sobre mi),


miénten y aman al porvenir,
a mi, a nosotros.

Luego se ríen burlonamente,
me escupen y me abrazan.

─Lamento no poder ayudarte─ dije entonces.

Y quise despertar, pero no pude.

No hay comentarios: