Lo miré a los ojos y pude ver mi propio rostro reflejado en los suyos. Sonrió y de pronto todo ─yo, la silla, la habitación y la ventana vacía─ parecía precipitarse a sus pupilas. Sentí cada átomo de mi cuerpo pasar a través de él tan rápidamente que todo aquello fuera del alcance de mis ojos parecía desacelerarse al infinito, convirtiendo el tiempo en algo casi tangible.
De un momento a otro estaba en mi cama. No podría asegurar que había sido un sueño. Tampoco parecía real.
Me incorporé y me toqué la cara, esperando encontrar un agujero extraño en lugar de mi nariz. Todo estaba en su lugar.
Debían ser las seis de la tarde. La luz del Sol se filtraba a través de las cortinas de gasa blanca e iluminaba las micelas de polvo que bailaban traviesamente frente a la ventana, tiñéndolas de rojos anaranjados que me recordaban aquellas tardes en el parque.
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