Fue aquel día, en que no pude encontrar mi alma. Fue entonces que me hice un rostro y te fuiste. Te convertiste en joya alada y te fuiste revoloteando. No dijiste adiós, pero supe que volverías. Desde entonces te espero aquí, parado entre toda esta gente.
Debo decir que me cuesta trabajo sonreír. Siempre lo hago con remordimiento, pensando que en algún lugar estarás tú, tal vez triste y con frío; y yo aquí, sonriendo como idiota. A ratos mueres, resucitas, pero nunca regresas. De algún modo nunca desapareces y me pongo de luto, o de romántico y sentimental; otras veces cierro los ojos y río, tomas mi mano, y ríes, y puedo oler ese olor penetrante del tapiz sin color que adornaba tu habitación. Casi puedo tocar las teclas de aquel piano, la seda de aquella cortina, la suavidad de tu rostro. Te fuiste, es verdad. Todavía a veces abro las puertas de cualquier lugar esperando que tras de alguna estés; que sea yo quien esté llegando tarde y que nunca hayas partido. ¡Cuántas cosas hubiera hecho contigo de saber que no volverías! ¡Qué aventuras! ¡Qué idilios! ¡Cuántas historias hubiera escrito en tu piel con el furor de mis manos! Mis manos... ¡Cuántas veces te tuve entre estas manos enjutas de poeta ya sin esperanza! ¡Cuántas veces te dejé escapar! Cuántas veces...
Ojalá me cansara de esperarte. Ojalá un día despertara e hiciera las paces con tu ausencia u ojalá pudiera olvidarte. ¿Olvidarte? ¿Olvidar cómo brilla el sol? ¿Olvidar el olor de la noche, la suavidad de las rosas o la frescura del viento en el muelle? ¿Olvidar cómo cae el agua? ¿Olvidar a qué sabe la esperanza? ¿Olvidar que he vivido?
Aún recuerdo tus manos hechas como de flores tiernas, tus ojos inundados de miel y alegría; aún recuerdo cómo reíamos sobre el pasto, cómo veíamos pasar los coches, como caminábamos, y caminábamos, y caminábamos.
Aún recuerdo tus manos hechas como de flores tiernas, tus ojos inundados de miel y alegría; aún recuerdo cómo reíamos sobre el pasto, cómo veíamos pasar los coches, como caminábamos, y caminábamos, y caminábamos.