viernes, 24 de junio de 2011

Bahía


Nadie puede comprender
porqué cuando beso tus manos
te digo
─muérete,
huye de la vida,
de ésta vida,
de las existencias
fútiles.
Tú eres el profeta
ante cuya visión
el universo se revela
en la forma,
en la idea,
en la flor
y el perfume,
o en todas las voluptuosidades
de la palabra
y el verbo
antiguo
hecho carne.
Tú eres el ser de las horas,
el navegante,
el adorador del mar;
el espíritu itinerante,
la travesía palpebral
hasta la pupila
amante;
hasta el gesto.
Y ¿A dónde vas, entonces?
¿De dónde vienes?
Tocas mis labios
como si fueran rosas,
y yo solo puedo
callar y esperar
a que separes cada sépalo,
cada vuelta de corola
y descubras adentro
no mi muerte,
sino la semilla.
Ahora, se ve nacer
entre los astrágalos
de nuevo la palabra;
transfigurada
por tu arte alquímico,
en hoja de oro,
extraida
de la Estigia,
ungida
de ambrosía.

martes, 21 de junio de 2011

Puente

Maldición, 
¿dónde encontrar
el desamparo?

Tú y yo 
somos el peso muerto
de las horas perdidas.
La herida profunda del oleaje,
los huesos roídos de Abril.

Siempre es la memoria
la amarga semilla
que se abandona
al silencio.

Háblame del fruto,
cántame los campos.
Desde esta esquina del mundo,
háblame al oído,
háblame del vuelo
de tus manos,
de la fragilidad
del canto.

Recorre el verso,
apaga la hora,
como si la hoguera matutina
fuera la arcilla
del deseo.

Dáme el osario
de tus dioses,
despierta del sueño
y vuelve.

Vuelve secretamente
de los bosques antiguos
donde están los troncos de sal
y el musgo anochecido.

Rasga mi frente,
en señal de tu partida.
Signa, escribe
con tu dedo índice
los símbolos
de la belleza,
en los follajes, 
en la noche que espera,
en las luces 
nocturnas,
el elixir
y las cenizas.

Estás en la noche
donde el agua fluye
en el milagro inaudito
de tu rostro
y tus manos
y yo espero,
sobre éste oscuro
árbol incierto.

El mar

    • No se emprende el viaje,
      sino el camino.
      Y entonces se espera
      y se parte
      hacia cualquier lugar.

      Uno supone
      que tras algún tiempo
      uno llega al encuentro
      y ha logrado escapar
      de la nada irrisoria
      que es siempre
      la tierra natal.

      Pero entonces,
      miras el cielo
      y ahí está:
      el mismo Sol,
      y te preguntas
      si en verdad 
      ese es tu destino.
    • A monsieur Rimbaud: nunca te dispararé, lo prometo.