Maldición,
¿dónde encontrar
el desamparo?
Tú y yo
somos el peso muerto
de las horas perdidas.
La herida profunda del oleaje,
los huesos roídos de Abril.
Siempre es la memoria
la amarga semilla
que se abandona
al silencio.
Háblame del fruto,
cántame los campos.
Desde esta esquina del mundo,
háblame al oído,
háblame del vuelo
de tus manos,
de la fragilidad
del canto.
Recorre el verso,
apaga la hora,
como si la hoguera matutina
fuera la arcilla
del deseo.
Dáme el osario
de tus dioses,
despierta del sueño
y vuelve.
Vuelve secretamente
de los bosques antiguos
donde están los troncos de sal
y el musgo anochecido.
Rasga mi frente,
en señal de tu partida.
Signa, escribe
con tu dedo índice
los símbolos
de la belleza,
en los follajes,
en la noche que espera,
en las luces
nocturnas,
el elixir
y las cenizas.
Estás en la noche
donde el agua fluye
en el milagro inaudito
de tu rostro
y tus manos
y yo espero,
sobre éste oscuro
árbol incierto.
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