martes, 22 de febrero de 2011

Apología a la página en blanco

De nuevo aquí, frente a frente. Estoy ante lo inimaginable, ante lo inconmensurable: la burlona e interminable vacuidad de éste trozo de papel. Parece difícil creer que ninguna de las cosas que se comunican intangiblemente entre mi pensamiento ─memoria, anhelo, contrición , deseo─ y la punta de éste lápiz se atreva a ser liberada ante ésta nada tremenda. Éste y no otro es mi miedo más sincero, mi temor más secreto. Ahora estoy indefenso conmigo como único testigo. Solo yo sabré de mi fracaso. Solo yo sabré cuánta impotencia, cuánta vergüenza he de sentir al sucumbir a la convincente amenaza que ésta hoja me presenta. Quien viera ésta lucha encarnizada notaría lacónicamente mi evidente debilidad; lo fácil que me doy por vencido. 

Me sorprende el metodismo con que sopeso mis ideas solo para inmediatamente desecharlas, ninguna suficientemente digna de tan nívea grandiosidad. Me gustaría ser de aquello que no escatiman en derrochar palabras; de aquello que tienen por decir cosas maravillosas, grandes verdades. Quizás, entonces, éste sería un asunto fácil, y no la ignominiosa  tortura a la que me someto cada tercer día, cuando al parecer he hallado las palabras precisas para decir justamente aquello que ha estado tanto tiempo en mi cabeza y corro con excitación a buscar mi cuaderno, solo para comprobar que la aparente genialidad de esas líneas se ha ido, y, en lugar de ella, me queso solo con ésta mísera página en blanco.

No hay comentarios: