Lo ineluctable de lo urbano, de lo cotidiano, de lo ordinario y de lo insignificante
sábado, 24 de septiembre de 2011
Hay que mirar con terror, voltear al cielo, perder todo, abandonarlo todo. El aire nos levantará como al polvo. El cuerpo famélico perecerá en la tierra y en la memoria. Puedes entonces pensar que el mañana jamás llegará, apagar la luz de tus ojos, arrastrarte con resignación y morir en la cueva. ¡El tiempo se pierde! Los días, las palabras, ¡se olvidan! Se olvidan la sed, el hambre, el deseo. La facultad más grande que puede mostrarse en ese momento es la paciencia. Yo tengo el suficiente estoicismo para contemplar mi propio ocaso.
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