lunes, 30 de mayo de 2011

Game over

Estoy enfermo y sólo, al borde de un franco episodio psicótico. Cuando se están dos semanas sin probar bocado, se olvida la sensación del hambre. En su lugar, se siente una insoportable repugnancia a cualquier cosa que se tenga que deglutir, incluida la saliva. Ya no es aire lo que respiro, sino agua. Mis dedos se curvan grotescamente sobre sí mismos, como si fueran garras. Golpeo mi frente contra la pared. Escucho cómo el concreto retumba y cómo mi cráneo sufre graves contusiones hasta que la piel se rompe y comienza a sangrar. Arranco de un tirón los pelos de mi coronilla. Hundo mis uñas en mis ojos y mis pómulos. De un puñetazo rompo las ventanas y mis nudillos quedan completamente ensangrentados.Ahora la calma. La absurda y estúpida calma.

¿Qué es lo que he hecho?

Lo único que queda... es la muerte.

domingo, 1 de mayo de 2011

Esperanza absurda. Tú sabes, yo sé que ésto ha de acabar algún día y hoy más que nunca ansías que eso sea pronto. Sabes que tú y yo no somos sino un manojo de gestos ensayados sobre la vida. No sabemos bien qué o quiénes somos. Te odias a ti mismo por el simple hecho de existir, porque cualquier cosa que haces, sin posibilidad de excepción, es una idiota pantomima de aquello que quieres ser y no eres. Da lo mismo, entonces, caminar por calles conocidas, buscar rostros familiares en la multitud, hallar multitudes en la soledad de lo cotidiano, tratar de hallar cotidianamente el remedio a aquello que no conoces, pero sabes inevitable, eterno, natural: la soledad. Sientes que no hay nada más contra natura que tratar de paliar la divinidad del ascetismo. Te sientas bajo un árbol, la gente pasa, las campanas suenan, caminas y no hallas sosiego. Imaginas, escuchas, crees escuchar, crees ver, crees creer, la vida, el viento, todo tan irremediable, todo tan trágico, tan inevitable...

Oda

A las 3 de la tarde uno debería sentarse donde quiera que uno esté y observar callado cómo pasa la tarde. El asunto funciona mejor si uno está en la Rue de Vigny, o en el Boulevard des Courcelles. No hay nada mejor que notar la vaguedad del pensamiento; lo increíble y lo banal que al mismo tiempo todo parece. Nada causa mayor placer que tener la mirada perdida, el pensamiento vacío y el cuerpo en su posición más natural; aquella que éste asume por el mismo hecho de ser cuerpo. Alguien dice una u otra palabra, tú escuchas, y cada palabra evoca en tu mente un paisaje distante, una historia ajena a tus manos que a ratos protagonizas y al otro olvidas. Pasan junto a ti figuras sin rostro, sin nombre; oscuras, difusas; se pronto fijas tu mirada en alguna e imaginas, prefieres pensar que ambos son víctimas de un absurdo encuentro cortazariano; reconoces su rostro, su andar su hipotética voz. Intentas quitarte un sombrero que no tienes puesto; respiras el humo del cigarrillo que la mujer leyendo junto a ti está fumando. Lentamente, exponencialmente luego, subes de nuevo a la superficie. Tras una fracción de segundo, súbitamente, tus oídos recobran la percepción de todas las voces; las cercanas y las apagadas; los alientos silenciosos, confusos, suspiros nocturnos a plena luz del día. El bullicio de pronto se agolpa en tus oídos, la multitud se agolpa en tus ojos y, de pronto, ya no estás sólo. De aquí de nuevo el mundo. Tan real y extraño para el alma.

Epístola nocturna

Es tarde y hace frío. El cielo se ve tan oscuro que me pregunto si es uno distinto. A lo lejos se escuchan los ruidos de una madrugada en un lugar lejano: los maúllídos insistentes de un gato, el incesante canto de las cigarras y los grillos, y un vago susurro que parece provenir de algún lugar intangible de esta oscuridad... Paso intermitentemente del sueño ligero a la vigilia difusa. De pronto me da la impresión de que te veo junto a mí, pero el frío me devuelve a la realidad. Pienso que no es suficiente ; quisiera tenerte siempre conmigo. La distancia, sin embargo, es ineludible. Mañana despertare y me daré cuenta de que pensar en ti se me ha vuelto un vicio. Ya es de noche y hace frío, pero salí a ver la luna porque me recuerda a ti. El olor del rocío formándose en las hojas de los árboles me recuerda a tus manos, y aquí sentado me siento invadir por una creciente sensación de abandono que me recuerda que he estado en tus brazos, y que en tus brazos me he protegido del viento. El viento hiela los huesos. No escucharás mi llanto, y por eso lloro en silencio. No se quien eres; no sé quién soy... Sólo contigo puedo verdaderamente escapar de mi mismo. Quisiera huir;correr a tu encuentro... La vida acaba irremediablemente y nada me da más miedo que todos los días despertar y ver que todo sigue igual. Por eso te necesito, y por eso necesito que me necesites; porque temo que algún día todo se habrá ido, y yo no habré conocido la vida contigo... Lo demás no me interesa, aunque así debiera ser, sólo tú, y yo cuando estoy contigo.