Esperanza absurda. Tú sabes, yo sé que ésto ha de acabar algún día y hoy más que nunca ansías que eso sea pronto. Sabes que tú y yo no somos sino un manojo de gestos ensayados sobre la vida. No sabemos bien qué o quiénes somos. Te odias a ti mismo por el simple hecho de existir, porque cualquier cosa que haces, sin posibilidad de excepción, es una idiota pantomima de aquello que quieres ser y no eres. Da lo mismo, entonces, caminar por calles conocidas, buscar rostros familiares en la multitud, hallar multitudes en la soledad de lo cotidiano, tratar de hallar cotidianamente el remedio a aquello que no conoces, pero sabes inevitable, eterno, natural: la soledad. Sientes que no hay nada más contra natura que tratar de paliar la divinidad del ascetismo. Te sientas bajo un árbol, la gente pasa, las campanas suenan, caminas y no hallas sosiego. Imaginas, escuchas, crees escuchar, crees ver, crees creer, la vida, el viento, todo tan irremediable, todo tan trágico, tan inevitable...
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