domingo, 1 de mayo de 2011

Epístola nocturna

Es tarde y hace frío. El cielo se ve tan oscuro que me pregunto si es uno distinto. A lo lejos se escuchan los ruidos de una madrugada en un lugar lejano: los maúllídos insistentes de un gato, el incesante canto de las cigarras y los grillos, y un vago susurro que parece provenir de algún lugar intangible de esta oscuridad... Paso intermitentemente del sueño ligero a la vigilia difusa. De pronto me da la impresión de que te veo junto a mí, pero el frío me devuelve a la realidad. Pienso que no es suficiente ; quisiera tenerte siempre conmigo. La distancia, sin embargo, es ineludible. Mañana despertare y me daré cuenta de que pensar en ti se me ha vuelto un vicio. Ya es de noche y hace frío, pero salí a ver la luna porque me recuerda a ti. El olor del rocío formándose en las hojas de los árboles me recuerda a tus manos, y aquí sentado me siento invadir por una creciente sensación de abandono que me recuerda que he estado en tus brazos, y que en tus brazos me he protegido del viento. El viento hiela los huesos. No escucharás mi llanto, y por eso lloro en silencio. No se quien eres; no sé quién soy... Sólo contigo puedo verdaderamente escapar de mi mismo. Quisiera huir;correr a tu encuentro... La vida acaba irremediablemente y nada me da más miedo que todos los días despertar y ver que todo sigue igual. Por eso te necesito, y por eso necesito que me necesites; porque temo que algún día todo se habrá ido, y yo no habré conocido la vida contigo... Lo demás no me interesa, aunque así debiera ser, sólo tú, y yo cuando estoy contigo.

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