Las minúsculas de intencionalidad incierta me perturban mucho. Y es que en estos días ya no se sabe si se dijo bien, o si la poeticidad radica en la errata, o en la traición de las propias letras. Ya no se puede cometer un error a gusto. Esto es un gaje del oficio (el del inteligente, que no es de mayor mérito que el de bufón ni de menor remisón que el de idiota ni de mayor voluntariado que el de pobre) que todos debemos sufrir. Ya no se sabe si no respondemos porque no queremos, o si no queremos saber o si sencillamente no sabemos. Ya no se puede saber si esa falta está puesta o en verdad falta. Es bastante incierto si pensamos todo lo que hacemos o nos hemos dado cuenta de la inutilidad de hacerlo. Por mi parte cada vez me convenzo más de que yo no sé nada de nada ni nadie. Por eso es mejor preguntar.
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