Sobre nosotros de cierne un fulgor a la vez áureo y pálido, como si el sol desapareciendo tras de la cortina, tras la ventana ─y aún más allá─, tras las contundentes siluetas de los edificios (Los edificios existen por sí mismos, pero sus respectivas siluetas existen solamente para ser contempladas por las tardes) se hubiera transformado en una delicada niebla que poseyera nuestros ojos y nuestros cuerpos, e invadiera gradualmente el espacio entre nosotros. El cielo se vuelve de un azul grisáceo, casi tangible; denso. Lentamente tu habitación se va oscureciendo, pero no llega a la penumbra ─Miro tu rostro apenas iluminado─, sino que queda agradablemente suspendida entre la luz y la sombra. Flota entre nosotros ese débil resplandor, opaco, palideciendo siempre un poco más, mas nunca definitivamente. Se entrelazan mis brazos con tu cuerpo, como nuestros alientos exhaustos se funden con el aire en un sordo rumor. La puerta cerrada es nuestro cómplice. Somos los únicos espectadores del cielo, de los árboles, de las aves que no cantan; de la latente oscuridad que se cierne indecisa, del silencio; de nuestro silencio. A las seis de la tarde hasta tu cama y tus ropas nocturnas son completamente poéticas; tu habitación pequeña,como un escondite es el camino a ninguna parte (Ninguna parte es un lugar bastante real. Hemos estado ahí los últimos 30 minutos, desde que tu madre se fue de aquí), por donde huimos de nada, del tiempo, de lo insoportable que es ser todo el tiempo nosotros mismos, de la absurda certeza de que tú y yo somos individuos distintos. Da lo mismo cuáles fueran tus intenciones, pues de cualquier modo todo sucedió justo como jamás podré imaginarlo, y como nunca esperé. Da lo mismo, porque al reposo sigue el reposo, o la huida, y al éxtasis sigue también el reposo, o la huida; y terminamos como comenzamos y como algún día terminaremos definitivamente: la mirada perdida, o tal vez acompañando al pensamiento ─éste sí perdido─en Dios sabe qué devaneos con nuestras esperanzas, anhelos y consolaciones, y con múltiples consideraciones acerca de la Verdadera implicación de hacerlo un viernes por la tarde. No quiero mirarte, porque te abrazo, o me abrazas; no lo sé muy bien: me cuesta trabajo distinguir dónde acaban mis dedos y dónde comienza tu vientre. Me dan ganas de consolarte, como si hubieras perdido todo, pero luego veo tu rostro tranquilo y tu cuerpo infinitamente calmo, repleto de mar y de arena y de viento; escucho tus exhalaciones como al rumor del oleaje y parece que me balancean suavemente con su arrítmico pero cadencioso vaivén. Ahora pienso que hace unos instantes todo tu cuerpo era una ola, ése lento vaivén marino, y te convertiste en el mar, en el lecho de todos los ríos. Pienso que me equivoco cuando digo que no hay cosa alguna que pudiera hacer ininterrumpidamente por toda la eternidad. Ahora sé que hay dos: la muerte. La gran muerte y ésta: la petit mort. Por fortuna ambas pueden experimentarse con la relativa prerrogativa de escoger la hora y el lugar. Digo relativa, porque tengo una misteriosa habilidad para perderme y llegar siempre tarde. Aunque en éstos casos es una muestra indudable de caballerosidad y gentiliza el llegar un poco tarde, siempre y cuando el beneplácito ajeno esté debidamente asentado en un egoísmo lo suficientemente hedonista. Mi padre me espera, pero no me importa. Soñaré contigo hoy, y mañana, hasta que recuerde cada rincón de tu cuerpo tal como ahora lo contemplo. <> Hemos de volver a tierra firme, el lugar de las grandes verdades. De alguna manera despierto y seguimos aquí; todo parece real aún. Me doy cuenta, sin saberlo, de que por fin nos hemos sumido en la oscuridad. Adivino tu cuerpo en las sombras y aún te tengo; aún me tienes. Busco a tientas tu pecho y siento tu respiración sobre mi antebrazo. Las manecillas de mi reloj me devuelven lentamente a la realidad por segunda vez. miro la hora. Es hora de volver. Debo tomar el autobús.
Lo ineluctable de lo urbano, de lo cotidiano, de lo ordinario y de lo insignificante
domingo, 27 de marzo de 2011
Viernes por la tarde
miércoles, 23 de marzo de 2011
sábado, 19 de marzo de 2011
Elegía
No hay camino de vuelta.
Hoy he visto el último mañana.
Solo quería ver la Luna,
sentir el viento...
¿Qué hay de malo en ello?
Si éstas son mis últimas palabras,
que estén llenas del gozo
que yo nunca tuve.
¡Que nadie manche
con sus lágrimas mi camino!
Que nadie llore...
Así pues, ¡Rían!
¡He muerto!
Hoy he visto el último mañana.
Solo quería ver la Luna,
sentir el viento...
¿Qué hay de malo en ello?
Si éstas son mis últimas palabras,
que estén llenas del gozo
que yo nunca tuve.
¡Que nadie manche
con sus lágrimas mi camino!
Que nadie llore...
Así pues, ¡Rían!
¡He muerto!
Amanece el silencio,
y he aquí que he olvidado.
La tenue luz avisa
una sed desconocida.
La ternura de tus manos
tiembla en las ramas sin hojas
en el marco blanco
de mi ventana.
La mañana gris y pálida
languidece como palabras derrumbadas,
como la punta de tus dedos
o tus párpados cayendo.
Me dan unas ganas tremendas de llorar,
por que no sé,
no te conozco,
no te poseo.
A ratos parece
que te vuelves un poema
y te leo,
te escribo.
Toco tus manos pluscuamperfectas,
palpo todas tus sinécdoques:
¡agua!
¡nube!
¡viento!
¡río!
(...)
Mas cuando estoy a punto
de besar tus labios oximorónicos
descubro furiosamente
la locura.
Me hundo dulcemente
en éste caos
de muerte flotante.
Vacío mi mente en la tierra mojada
y huyo.
Las vírgenes horas vacías
desfilan prístinas
e intocables
frente a mi puerta,
como el mar,
o la luna.
Se van para siempre todas,
cada una...
No es posible volver,
ni dejar de estar solo...
y he aquí que he olvidado.
La tenue luz avisa
una sed desconocida.
La ternura de tus manos
tiembla en las ramas sin hojas
en el marco blanco
de mi ventana.
La mañana gris y pálida
languidece como palabras derrumbadas,
como la punta de tus dedos
o tus párpados cayendo.
Me dan unas ganas tremendas de llorar,
por que no sé,
no te conozco,
no te poseo.
A ratos parece
que te vuelves un poema
y te leo,
te escribo.
Toco tus manos pluscuamperfectas,
palpo todas tus sinécdoques:
¡agua!
¡nube!
¡viento!
¡río!
(...)
Mas cuando estoy a punto
de besar tus labios oximorónicos
descubro furiosamente
la locura.
Me hundo dulcemente
en éste caos
de muerte flotante.
Vacío mi mente en la tierra mojada
y huyo.
Las vírgenes horas vacías
desfilan prístinas
e intocables
frente a mi puerta,
como el mar,
o la luna.
Se van para siempre todas,
cada una...
No es posible volver,
ni dejar de estar solo...
Apoteosis
Por un momento digamos
que lo inmemorial ha despertado.
Que los dioses de tu cuerpo
devuelven al mundo
el fuego perdido.
Digamos que he muerto
y en el río sagrado de tu boca
tranquila mi alma abreva.
Se me antoja que entonces
todos los días serán viernes santo
y cantaremos tu nombre,
y en tu nombre cantaremos
himnos y alabanzas.
Y entonces,
¡Qué lúcida clarividencia!
¡Qué languidez tan etérea!
La otredad divina
manará de tus ojos
y entonces encontraremos
el paraíso perdido.
Teogonía
Cierro los ojos.
El mundo, entonces,
renace ante mi mirada.
Con una mano haces al Sol salir.
Mueves la otra, y huye la Luna.
Tocas mis párpados
y en mis ojos pones el firmamento.
Sonríes,
con ese gesto infinito
de saberlo todo.
─¿Sabes qué es la esperanza?─
Luego miras perdido al horizonte.
(Hemos de hallarnos allí,
donde la vista no alcanza.)
─Y nada habrá ya por hacer─
Un furor extraño
invade tus pupilas
y son entonces lluvia,
árbol, pregunta.
Sea tu cuerpo mi santuario
y mi sepulcro;
la piedra de mi fe
y el estertor de mi agonía.
¡Sea la noche
nuestra sed febril!,
¡Agua clara y transparente
que en la zozobra del tiempo perece.
Tú sonríes afable
y el mundo, entonces, calla.
Cruzas los brazos y nada dices.
¿Está todo perdido?
¿Aún hay algo que hacer?
De pronto, ¡el milagro!
Tomas mi mano
y la transfiguración ocurre:
Muerte, sol,
flor mística.
Entonces eres como un ave;
insondable, vuelas en todas las cosas;
Posas el vuelo y desapareces.
¡Siempre vuelas!,
¡Siempre vuelves!
En el cántico vaticinante
del follaje,
en el flotante resplandor
que lo atraviesa,
en un haz de polvo, invisible a instantes.
Del fuego nacimos.
En el agua fría
de tus ojos abiertos.
En el hálito gris de tu boca...
Tu boca silente,
esperando a ser
encontrada....
viernes, 11 de marzo de 2011
Yo no
Yo no te quiero como cualquier persona,
yo te quiero como los días más importantes de mí vida.
Como alguien que quiere la libertad y el deseo.
Yo te quiero de una manera irregular pero constante.
De una manera lenta pero desmedida.
Te quiero como un desconocido, que te conoce y se enamora día a día.
Como esa persona que olvida la fecha y la hora.
Como un ciego que cruza una calle suicida.
Yo no te quiero como cualquier persona,
te quiero como yo solo yo se que te quiero.
¿Volando en el viento?
¡Qué se deshagan mis manos,
mientras fumo los recuerdos
y los suelto al viento!
¡Qué se caigan mis ojos,
y ya no te vean personificada!
¡Qué de las cenizas surga un alma nueva!
¡Qué el viento sea mi compañero,
y me lleve a tu lugar de olvido!
¡Qué así, se consuman mis manos,
después mis brazos...
-y ya no te abrace-
Volvérme uno de tus recuerdos,
¿volando en el viento.?
La calle sigue aún mojada...
La calle sigue aún mojada,
mientras agoniza el alma
después de una llovizna.
¿Cuándo fue el día,
en el que tu adios se llevó mi alma?
¿Cuál fue el alba,
que vio mi cuerpo hecho humo?
Humo si rumbo, sólo humo
que poco a poco se perdía.
No quiero tu olvido,
solo tu último recuerdo.
Quizás seamos la antítesis amorosa.
Quizás te amé hiperbólicamente.
La calle sigue aún mojada.
Y no recuerdo el día,
ni la vida.
Sólo se que humo soy
y en cenizas caigo.
La calle sigue aún mojada,
y se disipan todavía mis lágrimas en el suelo.
Siguen intactas,
intactas con tu reflejo.
Y tu reflejo me mira...
Y yo paso de ser humo, a una lágrima.
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