Amanece el silencio,
y he aquí que he olvidado.
La tenue luz avisa
una sed desconocida.
La ternura de tus manos
tiembla en las ramas sin hojas
en el marco blanco
de mi ventana.
La mañana gris y pálida
languidece como palabras derrumbadas,
como la punta de tus dedos
o tus párpados cayendo.
Me dan unas ganas tremendas de llorar,
por que no sé,
no te conozco,
no te poseo.
A ratos parece
que te vuelves un poema
y te leo,
te escribo.
Toco tus manos pluscuamperfectas,
palpo todas tus sinécdoques:
¡agua!
¡nube!
¡viento!
¡río!
(...)
Mas cuando estoy a punto
de besar tus labios oximorónicos
descubro furiosamente
la locura.
Me hundo dulcemente
en éste caos
de muerte flotante.
Vacío mi mente en la tierra mojada
y huyo.
Las vírgenes horas vacías
desfilan prístinas
e intocables
frente a mi puerta,
como el mar,
o la luna.
Se van para siempre todas,
cada una...
No es posible volver,
ni dejar de estar solo...
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