No estoy triste,
estoy anhelante.
Mis ojos derraman lágrimas
que vuelan a tu encuentro
sobre el viento etéreo
de tus palabras
(y tus manos).
No sé qué más hacer.
El cielo esta repleto
de epifanías
y recuerdos tercos.
No hay más verdades
sobre la mesa
y tus versos
se desmoronan.
¿Es tan níveo el destino
que no susurra
más tu nombre?
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