jueves, 28 de abril de 2011

Dinosaurio

El joven dinosaurio
de salvaje apetito
vivió en un tiempo
en que era común
morir desangrado
por el piquete de un mosquito.

Ocasionalmente sucedían
extinciones masivas
a causa de erupciones volcánicas
y otros cataclismos.

Sus pezuñas de saurisquio
desagarraban fácilmente
la carne tierna
de otros dinosaurios,
sin la etiqueta prehistórica
que supone
el cretácico.
Ésto se llama cacería.
Las aves vinieron del mar,
del viento, del fuego.
Sus prodigios salvajes
olían a sal y tierra.
Ellos sabían de la lluvia;
lo sabían ya
el día en que llegaron.
Sabían de los ríos,
de las piedras
y los tubérculos;
del fuego
─pues del fuego venían─;
del viento
─pues del viento venían;
y del mar
─a donde siempre volvían─

domingo, 17 de abril de 2011

Nunca más

Hurgo en mi memoria
y en la esperanza.
Tanteo a ciegas
ésta absurda oscuridad
en que me encuentro.
No recuerdo ni tu rostro,
ni tu nombre.

Guia para un estupendo cumpleaños

Ir a misa de ramos (solo)
Tomarte 5 expresos dobles cortados en Regina (solo)
Ir a ver a un amigo indigente y brindar con el con un cabertnet savignon joven ( diría que solo pero estaba con el indigente)
Vomitar en medio de la calle por el revoltijo de vino y cafe y sentirte de la vil rechingada (solo)
Tener la esperanza de volver a ver a Zanella un día de estos.

domingo, 10 de abril de 2011


No eres la mitad que me falta,
pero te necesito.
Sin ti sería
como el cielo sin agua, 
o como el árbol
sin río;
silencio sin respuestas...

Porque la luz encierra
la sombra que no existe,
el camino que no se halla.
Y sin embargo nadie escucha
cómo caen mis pensamientos, 
y nadie me escucha
en mi agonía,
sino tú.

Porque digamos 
que es larga la espera,
que hay que esperar.
Que algún día llegarías,
y aquí estás.

Cuando no estás aquí
hablo de ti,
como si al mismo tiempo fueras
mar abierto
y desierto.

Y como no eres
aquello que no tengo,
te temo, 
en busca de todos los ecos.
A lo mejor no existes,
y solo existes en mi deseo. 

viernes, 8 de abril de 2011

No me gusta decirte "te quiero". No porque sea mentira: es lo más cierto que conozco y que he conocido. Tampoco porque no quiera, pues me resulta tremendamente necesario decírtelo. El asunto es otro. Lo digo y me siento culpable; siento que juego sucio, que te hago trampa, que te tiendo un cebo para que me quieras, para que te sientas obligado a corresponder en algún recóndito lugar de tu ser mis sentimientos tras éstas breves palabras, y, con suerte, tras repetirlo mucho, tú mismo acabes por creerlo. No me gusta porque presiento que soy un inútil en ésto del amor, y solo de ése modo podrías saberlo, y el que lo sepas es una razón más para que aún no te hayas hartado de mi. Yo te quiero, pero al decírtelo siento que te privo de alguna agradable incertidumbre, y de tu legítimo derecho de odiarme y abandonarme. Luego siento vergüenza de mi mismo y de mis palabras y de las cosas que pienso. Me siento terriblemente autocondescendiente y pienso que tú podrías tener tus propias razones que yo jamás comprendería, o quizás ni siquiera necesites razones, no sé... Me siento terriblemente narcisista por pensar que lo que yo diga pueda interesarte en lo más mínimo, o cambie tan solo un poco lo que piensas. Ahora estoy aún más avergonzado: ¡Convertir mis sinceras divagaciones en literatura barata

miércoles, 6 de abril de 2011

[Sé cuál es la solución]

Sé cuál es la solución.
Deshacerme de mi,
de ti,
de nosotros,
de él,
de ellos,
de la tierra,
del aire
y del tiempo.

Juan 11:16

Hoy no sé muy bien qué escribir. Son las dos de la mañana y casi nunca sé nada a éstas horas. Iba a escribir algo que recordé, pero alguien me dijo alguna vez que solo escribo de lo que se halla en mi memoria. Hoy no tengo ganas de nada. Todo parece distante; ajeno a mi. Todo menos la biblioteca a la que iré mañana a las 10 de la mañana. Como nota al margen, creo que he logrado actuar convincentemente el personaje que creé para mi. He convencido a casi todos, pero ahora comienzo a creer que la misantropía no me va. Debería quitarme la maldita costumbre de dormir tan tarde, y ponerme pretextos a mi mismo, que ante los demás convierto en verdaderos. No sé a quién en el mundo podría interesar lo que escribo, pero me da lo mismo. No escribo para que alguien lea, sino para que yo mismo escriba. El arte por el arte, diría alguien de cuyo nombre no puedo acordarme. Me siento estúpido. Hasta la noche parece dormida, y yo cantando. Por alguna razón incomprensible para mi, pienso en Marcel Duchamp. Leí una vez una entrevista que le hicieron, y los títulos de las obras de las que hablaba me parecían fantásticos e inspiradores. Sobre todo "Jóven triste en un tren". Daré la muestra más fehaciente de mi narcisismo. Ahí me imaginaba yo. En una estación de tren. En París, por supuesto, pues Duchamp es francés, o al menos su nombre suena francés. Me imaginé a mi mismo en una estación de tren en París. no estoy muy seguro si estoy en el andén o a bordo del tren. Creo que adentro. Como decía, ahí estaba yo, en una estación de tren en París, arribando en el tren de las 3. Apoyaba delicadamente mi brazo en la ventanilla, y veía pasar manchones emborronados frente a mis ojos mientras pensaba que la vida no siempre es lo que parece, aunque lo parezca. Luego me acabé el café, dejé el dinero sobre la mesa y salí apresuradamente con tal de que nadie me viera. Tengo miedo. Quizás un día de estos, sin que yo me dé cuenta, me quede huérfano, o tal vez termine suicidándome, también sin saberlo. Si es así, terminaré odiando a mi padre, o a mi mismo. Tengo miedo porque me han dicho que el odio no es bueno, y lo que no es bueno, es malo, y lo que es malo es digno de temerse, aunque sea hipócritamente. Tengo el oscuro presentimiento de que en unas horas partiré. No sé a dónde, ni por cuánto tiempo. Espero que el viaje no sea en avión, porque siempre digo que los aviones me marean, aunque no sea cierto, pero aunque no sea cierto, los aviones me causan algún malestar; el de mentir tal vez, y por eso no me gustaría que el viaje fuera en avión. Me gustaría más que fuera a pie. Siempre he tenido ganas de caminar hasta encontrar el fin del mundo, o por lo menos llegar de nuevo al punto de partida. No quiero perder el tiempo con suposiciones. Si es la hora, partiré y punto. Acabo de recordar un olor. Trato de recordar a qué lugar está asociado en mi memoria, pero es inútil; solo puedo recordarlo por sí mismo. Aún falta para qué amanezca. ¿Cuál es el punto de todo? ¿De ti, de mi, del cielo, de los coches, de la literatura, de los pasteles, de los gatos blancos, de las escaleras, de las tarjetas de cumpleaños, del sexo, de la ciencia, de la historia, o de los finales felices? A final de cuentas, ¿para qué? Estaremos vivos solamente un instante, y, en cambio, estaremos muertos por toda la eternidad. Hace un rato sonó el teléfono. Era Luis. Quería ir al cine, y yo le dije "¿Para qué"?. Creo que no supo qué responder y colgó (Solamente después de que yo hubiera hecho exactamente lo mismo, claro) Debería leer a Kafka porque es un muy buen escritor. Nunca lo he leído, pero de algún modo lo sé. Tiene que serlo: es mi escritor favorito. Quiero escribir una carta, pero aunque encontrara el valor para escribirla, jamás sabría a quién enviarla. Qué ironías nos da la vida...

domingo, 3 de abril de 2011

Estoy cansado. Recuerdo con poca claridad qué sucedió anoche, o la noche anterior. Me es imposible distinguir entre mis sueños y aquello que en realidad ha sucedido. Estoy tendido mirando al techo y mi cabeza da vueltas; no sé si es de madrugada, o recién ha anochecido. Escucho conversaciones apagadas al otro lado de la puerta. Entorno mis ojos y trato de distinguir alguna figura, pero veo todo borroso. Siento todo mi cuerpo como un malestar extraño, como de haberlo perdido todo. No sé quién soy, ni dónde estoy. Cierro mis ojos para no volver a despertar.

[fragmento]

La mañana fría y gris me ha sorprendido despierto.. Algunas aves cantan alegremente en los árboles cercanos, y yo pienso en ti, como siempre. Ésta noche no he soñado, pero he pensado en tus labios; me parece que el mundo no es sino aquello que queremos que sea. Despierto, camino, juego un rato a que estoy vivo, camino entre la gente, silencioso, tropiezo con la vida. Sólo yo he decidido estar aquí. Cuatro paredes, una cama y demasiados libros como para contarlos. Cada día es cada vez más insoportable. Invento ficciones que den sentido a mi vida. Todo pasa, todo se olvida, y al final del día estoy sólo, tumbado entre las sombras y busco tu cuerpo en las tinieblas. Conozco bien la oscuridad, pero ¿qué somos nosotros?

Yo por mi parte, soy un cobarde sin más rudimentos para la vida que una memoria deficiente y mis deseos frustrados de ser escritor. A veces paso muchos días en silencio. Yo no tengo algo por decir y nadie parece querer escuchar mi silencio. Por desgracia en ésta infame ciudad siempre hay suficiente bullicio como para silenciar cualquier voz interna, por necia que sea. A veces tengo ganas de caminar y caminar hacia cualquier parte, perderme y no volver. Me invade la desesperanza y tengo la necesidad de escribir porque ─pienso─ es tal vez la única cosa que me gusta hacer, hágala bien o mal. A lo lejos escucho los ladridos matutinos de algún perro. Quiero morir, porque la vida no es ninguna moraleja, porque la vida es un viejo armario lleno de pretextos para soñar, de vacíos, de soledades que no acaban. En un rato emprenderé alguna ridícula travesía dominical para no asfixiarme con el aire viciado de mi habitación. Recuerdo algún Viernes: tú y yo bajo algún árbol, la interesante sensación de lo prohibido y el soplo desagradable del viento que mece feamente las ramas sobre nosotros y me provoca un sobresalto cuando acaricia la piel de mis brazos. Sin quererlo pienso en ti y me doy cuenta: estoy sonriendo. 

Me dicen a menudo que me haces bien. Que mis conversaciones ─tan parcas como siempre─ resultan más animadas, y que parece que veo la vida con otros ojos. Tomo un sorbo de té y la realidad se torna ineludible e inevitable. Hay cosas que no podría olvidar aunque quisiera, como aquella vez que... bueno, quizás sí podría. Lo interesante de la memoria es que recuerda justamente aquello que no necesita, y olvida aquello que es preciso recordar.  Ahora recuerdo: tenía 7 años. Mis padres no estaban en casa, y yo disfrutaba del silencio. Desperté y no encontré a nadie. Miré por la ventana y por un instante me sentí transportado a otro tiempo. Desaparecieron mis goces infantiles y por un instante vislumbré pensamientos ignotos, melancolías desconocidas y motivos ignorados. Si lo pienso bien, me sentí justo como me siento ahora. Retomo el aliento; el frío del exterior se cuela por la ventana. Te extraño; no logro comprender ésta extraña necesidad vital de tenerte a mi lado. A veces imagino que estás triste, quizás por aquellas cosas que nunca ocurrieron, o porque es domingo... yo qué sé. No sé qué hacer. Me resisto a convertirte en mera literatura, pero escribirte es necesario para no olvidarte, y para no olvidarme. Yo soy nadie y a la vez muchos, cuando estoy contigo. Quizás más que resignarme debería pensar que estamos hechos para estar distantes, para imaginarnos en lo intangible de la distancia y el viento, pero es difícil tener alguna certeza con ésta sed febril de ti y de tu cuerpo. De pronto experimento una urgente necesidad de trascendencia, un absurdo deseo por ser alguien sólo para ocupar un espacio en tu memoria. Afuera crece el ruido. La ciudad despierta lentamente. Quiero contarte mi historia; espero que no sea solamente un capricho. Ojalá lloviera. 

No me conformo con saber que a veces piensas en mi. Quiero saber en qué laberintos se pierde tu mirada cuando callas, me interesan tus motivos ocultos, tus sueños inquietos, tus horas oscuras. Ya ha amanecido y te necesito. Me haces falta... Tú y yo lo sabemos. Yo insisto, pero nadie me cree.

Haiku III

Tras las montañas,
         el pálido resplandor
del sol naciendo.