domingo, 3 de abril de 2011

[fragmento]

La mañana fría y gris me ha sorprendido despierto.. Algunas aves cantan alegremente en los árboles cercanos, y yo pienso en ti, como siempre. Ésta noche no he soñado, pero he pensado en tus labios; me parece que el mundo no es sino aquello que queremos que sea. Despierto, camino, juego un rato a que estoy vivo, camino entre la gente, silencioso, tropiezo con la vida. Sólo yo he decidido estar aquí. Cuatro paredes, una cama y demasiados libros como para contarlos. Cada día es cada vez más insoportable. Invento ficciones que den sentido a mi vida. Todo pasa, todo se olvida, y al final del día estoy sólo, tumbado entre las sombras y busco tu cuerpo en las tinieblas. Conozco bien la oscuridad, pero ¿qué somos nosotros?

Yo por mi parte, soy un cobarde sin más rudimentos para la vida que una memoria deficiente y mis deseos frustrados de ser escritor. A veces paso muchos días en silencio. Yo no tengo algo por decir y nadie parece querer escuchar mi silencio. Por desgracia en ésta infame ciudad siempre hay suficiente bullicio como para silenciar cualquier voz interna, por necia que sea. A veces tengo ganas de caminar y caminar hacia cualquier parte, perderme y no volver. Me invade la desesperanza y tengo la necesidad de escribir porque ─pienso─ es tal vez la única cosa que me gusta hacer, hágala bien o mal. A lo lejos escucho los ladridos matutinos de algún perro. Quiero morir, porque la vida no es ninguna moraleja, porque la vida es un viejo armario lleno de pretextos para soñar, de vacíos, de soledades que no acaban. En un rato emprenderé alguna ridícula travesía dominical para no asfixiarme con el aire viciado de mi habitación. Recuerdo algún Viernes: tú y yo bajo algún árbol, la interesante sensación de lo prohibido y el soplo desagradable del viento que mece feamente las ramas sobre nosotros y me provoca un sobresalto cuando acaricia la piel de mis brazos. Sin quererlo pienso en ti y me doy cuenta: estoy sonriendo. 

Me dicen a menudo que me haces bien. Que mis conversaciones ─tan parcas como siempre─ resultan más animadas, y que parece que veo la vida con otros ojos. Tomo un sorbo de té y la realidad se torna ineludible e inevitable. Hay cosas que no podría olvidar aunque quisiera, como aquella vez que... bueno, quizás sí podría. Lo interesante de la memoria es que recuerda justamente aquello que no necesita, y olvida aquello que es preciso recordar.  Ahora recuerdo: tenía 7 años. Mis padres no estaban en casa, y yo disfrutaba del silencio. Desperté y no encontré a nadie. Miré por la ventana y por un instante me sentí transportado a otro tiempo. Desaparecieron mis goces infantiles y por un instante vislumbré pensamientos ignotos, melancolías desconocidas y motivos ignorados. Si lo pienso bien, me sentí justo como me siento ahora. Retomo el aliento; el frío del exterior se cuela por la ventana. Te extraño; no logro comprender ésta extraña necesidad vital de tenerte a mi lado. A veces imagino que estás triste, quizás por aquellas cosas que nunca ocurrieron, o porque es domingo... yo qué sé. No sé qué hacer. Me resisto a convertirte en mera literatura, pero escribirte es necesario para no olvidarte, y para no olvidarme. Yo soy nadie y a la vez muchos, cuando estoy contigo. Quizás más que resignarme debería pensar que estamos hechos para estar distantes, para imaginarnos en lo intangible de la distancia y el viento, pero es difícil tener alguna certeza con ésta sed febril de ti y de tu cuerpo. De pronto experimento una urgente necesidad de trascendencia, un absurdo deseo por ser alguien sólo para ocupar un espacio en tu memoria. Afuera crece el ruido. La ciudad despierta lentamente. Quiero contarte mi historia; espero que no sea solamente un capricho. Ojalá lloviera. 

No me conformo con saber que a veces piensas en mi. Quiero saber en qué laberintos se pierde tu mirada cuando callas, me interesan tus motivos ocultos, tus sueños inquietos, tus horas oscuras. Ya ha amanecido y te necesito. Me haces falta... Tú y yo lo sabemos. Yo insisto, pero nadie me cree.

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