miércoles, 6 de abril de 2011

Juan 11:16

Hoy no sé muy bien qué escribir. Son las dos de la mañana y casi nunca sé nada a éstas horas. Iba a escribir algo que recordé, pero alguien me dijo alguna vez que solo escribo de lo que se halla en mi memoria. Hoy no tengo ganas de nada. Todo parece distante; ajeno a mi. Todo menos la biblioteca a la que iré mañana a las 10 de la mañana. Como nota al margen, creo que he logrado actuar convincentemente el personaje que creé para mi. He convencido a casi todos, pero ahora comienzo a creer que la misantropía no me va. Debería quitarme la maldita costumbre de dormir tan tarde, y ponerme pretextos a mi mismo, que ante los demás convierto en verdaderos. No sé a quién en el mundo podría interesar lo que escribo, pero me da lo mismo. No escribo para que alguien lea, sino para que yo mismo escriba. El arte por el arte, diría alguien de cuyo nombre no puedo acordarme. Me siento estúpido. Hasta la noche parece dormida, y yo cantando. Por alguna razón incomprensible para mi, pienso en Marcel Duchamp. Leí una vez una entrevista que le hicieron, y los títulos de las obras de las que hablaba me parecían fantásticos e inspiradores. Sobre todo "Jóven triste en un tren". Daré la muestra más fehaciente de mi narcisismo. Ahí me imaginaba yo. En una estación de tren. En París, por supuesto, pues Duchamp es francés, o al menos su nombre suena francés. Me imaginé a mi mismo en una estación de tren en París. no estoy muy seguro si estoy en el andén o a bordo del tren. Creo que adentro. Como decía, ahí estaba yo, en una estación de tren en París, arribando en el tren de las 3. Apoyaba delicadamente mi brazo en la ventanilla, y veía pasar manchones emborronados frente a mis ojos mientras pensaba que la vida no siempre es lo que parece, aunque lo parezca. Luego me acabé el café, dejé el dinero sobre la mesa y salí apresuradamente con tal de que nadie me viera. Tengo miedo. Quizás un día de estos, sin que yo me dé cuenta, me quede huérfano, o tal vez termine suicidándome, también sin saberlo. Si es así, terminaré odiando a mi padre, o a mi mismo. Tengo miedo porque me han dicho que el odio no es bueno, y lo que no es bueno, es malo, y lo que es malo es digno de temerse, aunque sea hipócritamente. Tengo el oscuro presentimiento de que en unas horas partiré. No sé a dónde, ni por cuánto tiempo. Espero que el viaje no sea en avión, porque siempre digo que los aviones me marean, aunque no sea cierto, pero aunque no sea cierto, los aviones me causan algún malestar; el de mentir tal vez, y por eso no me gustaría que el viaje fuera en avión. Me gustaría más que fuera a pie. Siempre he tenido ganas de caminar hasta encontrar el fin del mundo, o por lo menos llegar de nuevo al punto de partida. No quiero perder el tiempo con suposiciones. Si es la hora, partiré y punto. Acabo de recordar un olor. Trato de recordar a qué lugar está asociado en mi memoria, pero es inútil; solo puedo recordarlo por sí mismo. Aún falta para qué amanezca. ¿Cuál es el punto de todo? ¿De ti, de mi, del cielo, de los coches, de la literatura, de los pasteles, de los gatos blancos, de las escaleras, de las tarjetas de cumpleaños, del sexo, de la ciencia, de la historia, o de los finales felices? A final de cuentas, ¿para qué? Estaremos vivos solamente un instante, y, en cambio, estaremos muertos por toda la eternidad. Hace un rato sonó el teléfono. Era Luis. Quería ir al cine, y yo le dije "¿Para qué"?. Creo que no supo qué responder y colgó (Solamente después de que yo hubiera hecho exactamente lo mismo, claro) Debería leer a Kafka porque es un muy buen escritor. Nunca lo he leído, pero de algún modo lo sé. Tiene que serlo: es mi escritor favorito. Quiero escribir una carta, pero aunque encontrara el valor para escribirla, jamás sabría a quién enviarla. Qué ironías nos da la vida...

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