Debo confesar que las brevedades
me asustan y las obviedades
me exitan.
Las conversaciones parietales
me han sido suficientes
como para destrozar
los barcos
y recordar
la salvia
y el té.
Cien mil evos blancos
ya no bastan
si quisiera hacer instantes
tus dedos sobre una cuerda
o tu voz en una tarde azul.
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