Los espejos me sonríen,
aunque creo
que están muriendo
Martillos satánicos
─de tequila y tabaco─
me arrulan
hasta el despertar etéreo
de ser feliz.
Trenes lejanos
agonizan en la espera
de la brisa
y resumen sus deseos
en destellos
y ruidos como
de jueves
por la madrugada.
Parecen susurrar
las campanas
y de pronto
callan.
Hace mucho que tus días
suenan a mis noches:
malignas como mil flores
y rojas como cien orquídeas
marchitas...
Tus noches ahora
suenan a Verlaine
o a Rimbaud.
Cuando estás solo suenan
a mariposas amarillas
negras de pudredumbre.
Los acordes ya olvidados
de un cuarteto de cuerdas
de Beethoven
─que debió sonar en la radio
de algún anciano judío
mientras comía confites─
danzan tristes y con miedo
al olvido en tus pupilas.
Pretendes querer ser poeta
y ser alegre.
Los dos sabemos
que no hay forma de ver
nuestro mundo
─¿qué más
si eso quieres ver?─
sin sentir el hedor
de las calles pisoteadas
dentro de tu cabeza.
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