El estertor de tus palabras mudas
auyenta el sino vaticinado.
Tus sonrisas de pinta absurda
abastecen los refugios
de mis cermonias.
La calle Moneda
no es más triste
sin tus pasos.
Tú existes desde
las aves paradisiacas
y las mascotas libres;
desde tus ojos grises
y tu saco de tweed venusino.
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