sábado, 19 de septiembre de 2009

Crónicas de una moneda

Hace algunos días encontré una moneda en un vagón del metro. Era de diez centavos y nadie parecía percatarse de su existencia. Miré a todos lados buscando a alguien que la tratara de alcanzar con la mirada, pero la pobre moneda parecía estar vagando solitaria por ese mar de gente extraña (y desconocida). La recogí y por algunos minutos la miré maravillado.
Me sonreía con gratitud, mostrando un brillo etéreo como el de las onzas de plata cuando son miradas con recelo bajo el sol de Tajín. Nadie parecía notar que yo observaba con tal detenimiento el pequeño trozo de metal. Yo, por otra parte, trataba de adivinar en sus relieves la peculiar historia que la había llevado a estar entre mis manos. Seguro que había caido del monedero distraído de una anciana que iba a comprar hongos japoneses a La Merced. O tal vez algún extraterrestre la puso ahí para monitorear el compartamiento humano (Ningún lugar mejor para hacerlo que el metro). No lo sé.
Me acomodé en mi asiento y quise guardarla en el estuche donde guardo mis plumas. Entonces, como en resistencia a la opresión de convertirseen pertenencia, rodó dede mi mano hasta quedar a escasos, pero inalcanzables 80cm de mí. Traté de vencer mi desidia , pero ni aún su extrodinario brillo lograba apartarme de mi asiento (en especial entre 50 personas de pie ansiando mi lugar y los "Corridos de Luis Rivera, 25 éxitos en formato normal; veinte pesos le vale, veinte pesos le cuesta" sonando a todo volúmen (ahora que lo pienso estaba muy caro el disco com para ser pirata)).
Entonces no pude evitar sonreír y decubrí cómo había llegado esa moneda al suelo de aquel vagón del metro.

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