Quien sepa un poco de literatura griega, de incorrecciones inglesas y de arte en general, sabrá fácilmente a que me refiero con ese nombre, que más allá de representar un sustantivo, representa muscho de lo que veo en la persona a quien se refiere.
Lo conocí por casualidad, y rápidamente note (hablo por mi mismo porque no me ha dicho lo que él piensa) que nuestros pensamientos encajaban como las dos mitades de un limón (no quise repetir lo de la media naranja).
Hablé con él dos horas maravillosas que parecieron una conversación habitual entre dos viejos amigos. No parecía decir nada nuevo, sino que daba la impresión de que lo conocía ya bastante bien.
Tal vez me precipité un poco, pero le pedí conocernos en persona. Fue todo un relajo llegar al Cenart desde el metro (pues nunca había ido desde ahí), pero despues de 20 minutos desorientado en la Country Club, llegué a la segunda banquita frente a la tienda Petipa (jaja suena como pasito en francés) y con trabajo me acomodé con mi guitarra, mi mochila y mis cosas de educación física.
Veía pasar a cincuenta chavos con uniforme azul y fue entonces cuando comencé a desesperarme un poco. ¿Cómo sabría quién era? ¿Y si no llegaba?¿Y si me veía y se iba?
De pronto nuestras miradas se cruzaron e instintivamente supe que era él.
─¿Ale?─ dijo con una leve sonrisa en el rostro
─¿Iván?
Tras la breve presentación fue a buscar su mochila y luego caminamos hacia la Superpior de Música (lo siento, pero por ser de la UNAM ineherentemente me disguntan otras escuelas de música).
Nos acostamos en el pasto humedo (y un poco lodoso) y comenzamos a platicar no me acuerdo de qué. Despues fuimos con algunos de sus amigos a quienes me presentó.
─¿Nos regresamos para allá?─dijo al cabo de un rato refiriendose al pastito donde estábamos al inicio
─Sí
Mientras platicábamos comencé a acariciar su brazo sin otro deseo que el sincero instinto de acariciar su brazo.
─¿Te incomodo?─ pregunté para estar seguro y por cortesía
─No, para nada. Incomodidades las del metro.
Después de sus brazos comencé a acariciar su cabello, que con el reflejo del sol parecía estar hecho de luz.
El sol caía directamente sobre nuestros rostros, así que me acosté de lado. Desde esa posición lo único que veía era su rostro viendo todavía hacia el cielo.
Tras un rato (no se exactamente cuánto) él tabién se hartó del sol y se recostó sobre un costado. Nuestros rostros quedaron frente a frente, a unos 20 centímetros. Entonces comencé a rozar su barbilla con mis dedos. Cada segundo algunos milímetros desparecían febrilmente y las distancia entre nuestros rostros se acrotaba más y más sin alguna explicación razonable que no fuera el inmutable curso del destino. Ambos teníamos los ojos cerrados. Él comenzó a acariciar mis labios, mi barbilla y mi cuello con su mano al principio teblorosa y luego tierna y tibia. Cuando me di cuenta, mi nariz estaba tocando la suya. Empecé a juguetear acariciándolo con mi nariz y de pronto nuestros labios se tocaron un breve instante. Retrocedí un instante y luego sentí como mientras nuestros labios se unían, el tiempo y el espacio desaparecían a nuestro alrededor; como los sonidos se difuminaban suavemente tranfigurando las voces y los ruidos de los coches en dulce música; como flotabamos los dos por sobre todas las cosas y por sobre todos los tiempos. Nos separamos unos momentos, abrimos los ojos y pude observar a través de su pupila el despertar de una nueva oportunidad para consagrarme a alguien. Cerramos los ojos de nuevo y pude oír otra vez esa música hipnotizante. Fue entonces cuando descubrí que el hombre de mis sueños, se había convertido en el hombre de mi realidad.
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