Como ya se está haciendo costumbre, y apelando a la etiqueta que nos puesto a los adolescentes de cambiantes e inestables voy a corregirme a mi mismo y a expresar lo irrelevante de mi palabrería. También voy a reafirmar algo de lo que ya pensaba. Tal vez no esté tan mal y solo esté aprendiendo.
Siempre he creido que la mejor manera de que sucedan las cosas es tal como suceden, aunque muchas veces he desado que sucedieran de otra manera. ¿Qué sería de nuestra vida diaria sin todos nuestros errores? Sin duda aburrimiento. Creo que es hora de hechar abajo el ateísmo y volver a creer. Volver a tener fe. Volver a mover montañas, como dijera Monterroso. Hoy tengo fe de nuevo. No en la ventura o en felicidad, que se encuentran fortuitamente si uno tiene suerte. No en mi, que estoy en constante desequilibrio. No en los demás, a quienes jamás importaré tanto como a sí mismos (salvo honrosas excepciones que ya he confesado). No. Hablo de tener fé en la vida. En el curso inexorable de las cosas que inevitablemente nos llevarán a donde tenemos que estar. En nuestros errores que serán siempre la enseñanza y sobre todo
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