Querías verme. Accedí, después de todo, ¿a quién le importa la colonización de África que no sea africano? Busqué la calle que había visto ochenta veces y tras una palabra mágica tuya, la encontré. Ahí, donde dijiste, te encontré, sentado en la banqueta, con el cielo sobre tu cara, como un velo de tristeza. Vi tus ojos ─aquellos que siempre me han hechizado─ y supe que algo andaba mal. Dijiste que te había mentido y solo pude decirte que sí. No es que quisiera llorar o no lo quisiera, pero lo hice. Se desbordó todo el miedo de perderte y todo el arrepentimiento de mis ojos. Por favor, perdóname.
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