A ojos de los millones de personas que lo han utilizado posiblemente no tenga nada de especial. Un montón de hojalata que te pone toda la ciudad a dos pesos de distancia. Un buen lugar para conseguir arrimones gratis y para enterarte de los éxitos del momento. Un extraordinario breviario cultural dentro del caos citadino en que aun a las dos de la tarde hay tiempo para Juan Rulfo. Un imprescindible compendio etnográfico urbano donde se encuentran personas de todos tamaños, sabores y por supuesto olores. Los microbuses son otra historia: vulgares, ruidosos hasta el hastío, incomodos y poco prácticos, además de estorbosos y feos en su mayoría.
¿Cuántas personas antes que tú habrán ocupado ese mismo asiento? ¿Cuántas conversaciones no habrán transcurrido en ese mismo vagón en que te encuentras? ¿De cuantas tragedias y amoríos no se ha dado parte en los andenes misteriosos y meditabundos o algarabiosos y concurridos?
Como cada pedazo de ésta ciudad tan inagotable, inalcanzable y cotidiana, el metro merece un buen lugar dentro de mi pensamiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario