El viento de pronto escapó de entre nuestros cuerpos abrazados. El sol iluminó dulcemente tu rostro y las hojas caían con ceremonia hasta el piso de piedra. Mi mano se acercó temblorosa a tu rostro y acaricié tu barbilla justo debajo de tus labios. Te di un beso en la mejilla izquierda y me sonreíste. Dijiste tímidamente ─Gracias─.
El portón de la iglesia se veía al fondo. Podía verse el abandono de las almas en estos días de ignorancia, indiferencia y tristeza. La gente caminaba, pero sólo éramos nosotros.
Un extraño olor como de aforismos circundaba el aire en derredor. Dictamos las sentencias del amor en un beso, dijimos todas las palabras por decir con un te amo; te di todas mis caricias con un solo roce a tu mano.
Llegó la despedida, y no pude evitar voltear para confirmar que en realidad estabas ahí.
Ahí estabas. No había sido un sueño.
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