no puedes imaginarme aquí,
sentado con la Luna
junto a la ventana.
Viendo mis pies descalzos
y persiguiendo tu olor
en un trozo de tela.
Víctima de clichés intelectuales,
volando en las notas tristes
de un blues menor hasta tu lecho;
haciendo navegar flores rojas
con mis dedos,
abrazando con ahínco a la almohada,
esperando el instante en que sus burdos bordes
se transformen en tus brazos,
en tu voz, o en tus labios.
Algún día será, cuando nuestros encuentros
no se remitan a algún viernes por la tarde;
cuando tus manos de poeta,
tus ojos vaticinantes,
y tus labios de irremediable soñador
no sean un recuerdo,
un anhelo para otro día.
Y entonces la noche no será una despedida.