Memorias y relatos de ciertos días
Lo ineluctable de lo urbano, de lo cotidiano, de lo ordinario y de lo insignificante
domingo, 9 de septiembre de 2012
viernes, 18 de noviembre de 2011
sábado, 8 de octubre de 2011
Adiós
La vida es una filigrana frágil y delicada cuyo balance está tristemente desestimado. Como un barco, lleva un rumbo, un origen y un destino, pero ante una tormenta, es fácil olvidar quién se es, a dónde se iba, y quedar a la deriva sin más ayuda que el propio cuerpo. El cuerpo contra la mar. Con suerte se llegará a alguna orilla, pero volver a casa, es otra historia…
Con el tiempo, se olvida el mar, el cielo, las gaviotas y pronto se vuelven tú y la soledad. A veces creí contemplar la belleza y poseer el don de la videncia; el linaje y la sangre de los poetas; creí tener una juventud espléndida y hermosa digna de escribirse en hojas de oro. Entonces, bendije la tristeza, el tedio y la melancolía. Me creí ángel, profeta, y canté a los falsos dioses de la vida, que son el odio, el caos y la destrucción. Me libré de la ceguera que supone la exaltación por la alegría, la dicha y el amor. Abandoné a la mitad de este maldito camino cualquier esperanza, cualquier recuerdo que me pudiera ayudar a volver. Aún entonces soñaba con Arcadia, pero desprecié mis sueños como si hubieran sido el producto de la vida que alguna vez viví, y de la que tanto quería huir. Deseé la miseria y con cada llaga de mis manos temblorosas, sentí mi alma elevarse hasta un éxtasis desconocido donde la música tenía color y forma, y las palabras se convertían a mi placer en hojas de árbol, el agua de un río, o el canto de un ave. A ellos les entregué mi tesoro, mi espíritu, y por instantes me supe libre; faltaba sólo un paso, dejaría de existir y ya: todo listo, tan perfecto como el antiguo sueño, sin carne que estorbara el deseo, el pensamiento, o la inspiración poética. Ya tenía asegurada la vida eterna en el firmamento infinito.
Pero todo era una trampa. A punto de cruzar la Estigia , tuve sed y pedí agua, pero me fue dado vino. Me embriagaron, me hicieron danzar con mil demonios toda la noche hasta que inundado de frenesí, perdí la conciencia del tiempo, del espacio y de mi. Desperté sin mis ropas, avergonzado cerca de un campo de narcisos. No me atreví a mirar tan hermosas flores. No soportaba sobre ellas el resplandor del sol, ni el verde de las colinas y de los valles que más allá se alcanzaban a ver. Cada paso, cada respirar resultaba doloroso. Cada pequeño movimiento no era sino una estúpida pantomima de lo que alguna vez quise ser y no pude, de aquel que se había ido para siempre. Caminando llegué a una pequeña aldea donde había un enorme banquete. Todos comían bailaban y reían con un indescriptible frenesí. Al principio nadie parecía notar mi presencia y recordé con tristeza los ágapes a los que en mi propio hogar asistía. Pero en ese momento se plantó frente a mí una hermosa mujer de ojos grises y vítreos como el ónix, y el rostro del color de la luna. Me tomó del brazo y me convidó a los manjares que allí había. La noche caía, pero la música alegre, y la comida fragante me hicieron olvidar el camino que jamás había emprendido, pero que tenía planeado encontrar antes del anochecer. De nuevo bebí y probé de la dulce carne de aquella mujer. Probé el éxtasis entre sus labios y recostado en su vientre dormí hasta el amanecer. Cuando desperté, con las primeras luces del día, miré con vergüenza y horror el inmundo lecho en donde había yacido y salí corriendo. Aún se olían los restos de la fiesta de la noche anterior, pero ahora sólo sentía asco y náuseas ante todo aquello que hacía poco me había parecido hermoso y apetitoso. Corrí sin detenerme hasta llegar no sé cómo hasta un desolado páramo en donde hallé entre las raíces nudosas de un sauce marchito lo que a primera vista parecía una madriguera. Había espacio suficiente para que un hombre encorvado pasara con cierta holgura, así que entré sin pensarlo. La oscuridad era total, y sin embargo seguía avanzando a tientas entre la total e impenetrable penumbra. Los pasadizos se volvían cada vez más estrechos y torcidos, y tras varias horas de caminar sin parar, me topé con un camino sin salida. Me dolía la espalda de andar a gachas, así que me senté a descansar apoyando mi cabeza en la piedra fría y húmeda. Caí profundamente dormido por días, semanas, no lo sé. De pronto, tras lo que pareció una eternidad, desperté sobresaltado en la misma oscuridad que ////// Eso es todo. La farsa ha terminado. Que bajen el telón, aquí acaba la vida de un hombre cualquiera.
sábado, 24 de septiembre de 2011
No me gusta decirte "te quiero". No porque sea mentira: es lo más cierto que conozco y que he conocido. Tampoco porque no quiera, pues me resulta tremendamente necesario decírtelo. El asunto es otro. Lo digo y me siento culpable; siento que juego sucio, que te hago trampa, que te tiendo un cebo para que me quieras, para que te sientas obligado a corresponder en algún recóndito lugar de tu ser mis sentimientos tras éstas breves palabras, y, con suerte, tras repetirlo mucho, tú mismo acabes por creerlo. No me gusta porque presiento que soy un inútil en ésto del amor, y solo de ése modo podrías saberlo, y el que lo sepas es una razón más para que aún no te hayas hartado de mi. Yo te quiero, pero al decírtelo siento que te privo de alguna agradable incertidumbre, y de tu legítimo derecho de odiarme y abandonarme. Luego siento vergüenza de mi mismo y de mis palabras y de las cosas que pienso. Me siento terriblemente autocondescendiente y pienso que tú podrías tener tus propias razones que yo jamás comprendería, o quizás ni siquiera necesites razones, no sé... Me siento terriblemente narcisista por pensar que lo que yo diga pueda interesarte en lo más mínimo, o cambie tan solo un poco lo que piensas. Ahora estoy aún más avergonzado: ¡Convertir mis sinceras divagaciones en literatura barata!
No sé a quién juego que soy. Hago un recuento de mi vida y me doy cuenta de que mis recuerdos no son míos. Escribo, pero no me reconozco en ninguno de esas palabras. Creí que escribiendo emprendía un viaje para encontrarme a mi mismo, pero ahora noto con desilusión que mientras más me esfuerzo, más me alejo. Es de madrugada, e inevitablemente me entran unas ganas de tremendas de no ser yo.
No sé que tan justificable sea, pero espero que cualquier persona que tenga algún mínimo conocimiento amateur de antropología comprenda el por qué no tengo ganas de nada. Todo me entristece, todo me enoja. Me la paso suspirando. ─Un poco como hace mi madre─ Cuando suena el teléfono, cuando tocan el timbre, cuando es la hora de la comida y no tengo hambre y sobre todo al levantarme de la silla. Me cuesta trabajo. Soy joven, y mi abuela tiene razón al decir que debería tener todo el ímpetu propio de mi edad, que debería poder cargar fácilmente un costal de zanahorias. La verdad, sin embargo, es otra. Hasta levantarme de la cama por las mañanas supone un esfuerzo desagradable para mi. Otra cosa sería si hubiera alguna buena razón para tal suplicio, pero no: no la hay. Admiro casi con ternura a aquellos que defienden las cosas de su vida como si su vida fuera de verdad suya; como si en ello se jugaran la vida; a aquellos que se esfuerzan en llevar su vida por el camino apropiado, para que al final no importe nada de lo malo que les haya sucedido. Mi historia es otra.
Hay que mirar con terror, voltear al cielo, perder todo, abandonarlo todo. El aire nos levantará como al polvo. El cuerpo famélico perecerá en la tierra y en la memoria. Puedes entonces pensar que el mañana jamás llegará, apagar la luz de tus ojos, arrastrarte con resignación y morir en la cueva. ¡El tiempo se pierde! Los días, las palabras, ¡se olvidan! Se olvidan la sed, el hambre, el deseo. La facultad más grande que puede mostrarse en ese momento es la paciencia. Yo tengo el suficiente estoicismo para contemplar mi propio ocaso.
martes, 2 de agosto de 2011
El vino
La noche susurra tranquilo.
De vez en cuando
algún sonido industrial
rompe la quietud
que es en realidad un fluir
de las nubes
a través de la luna.
Cuando hay viento,
los árboles se bambolean
de izquierda a derecha
como queriendo decir
"sigo aquí".
Una copa,
y el gozo
llega al olfato,
al gusto,
a la vista.
La noche se inunda
de paz
y mi sangre se vuelve
torrente
que inunda mi cuerpo.
De vez en cuando
algún sonido industrial
rompe la quietud
que es en realidad un fluir
de las nubes
a través de la luna.
Cuando hay viento,
los árboles se bambolean
de izquierda a derecha
como queriendo decir
"sigo aquí".
Una copa,
y el gozo
llega al olfato,
al gusto,
a la vista.
La noche se inunda
de paz
y mi sangre se vuelve
torrente
que inunda mi cuerpo.
La locura
Soy imaginario.
El agua,
el aire,
la tierra,
se funden
en el sueño de mi desidia.
No puedo volar.
no puedo encontrar
mi cuerpo en medio
de la noche de los tiempos.
La noble madera
olorosa y oscura,
lava mi espíritu
y escucho las voces
de mis ojos
mirando al cielo.
El agua,
el aire,
la tierra,
se funden
en el sueño de mi desidia.
No puedo volar.
no puedo encontrar
mi cuerpo en medio
de la noche de los tiempos.
La noble madera
olorosa y oscura,
lava mi espíritu
y escucho las voces
de mis ojos
mirando al cielo.
viernes, 24 de junio de 2011
Bahía
Nadie puede comprender
porqué cuando beso tus manos
te digo
─muérete,
huye de la vida,
de ésta vida,
de las existencias
fútiles.
porqué cuando beso tus manos
te digo
─muérete,
huye de la vida,
de ésta vida,
de las existencias
fútiles.
Tú eres el profeta
ante cuya visión
el universo se revela
en la forma,
en la idea,
en la flor
y el perfume,
o en todas las voluptuosidades
de la palabra
y el verbo
antiguo
hecho carne.
Tú eres el ser de las horas,
el navegante,
el adorador del mar;
el espíritu itinerante,
la travesía palpebral
hasta la pupila
amante;
hasta el gesto.
ante cuya visión
el universo se revela
en la forma,
en la idea,
en la flor
y el perfume,
o en todas las voluptuosidades
de la palabra
y el verbo
antiguo
hecho carne.
Tú eres el ser de las horas,
el navegante,
el adorador del mar;
el espíritu itinerante,
la travesía palpebral
hasta la pupila
amante;
hasta el gesto.
Y ¿A dónde vas, entonces?
¿De dónde vienes?
¿De dónde vienes?
Tocas mis labios
como si fueran rosas,
y yo solo puedo
callar y esperar
a que separes cada sépalo,
cada vuelta de corola
y descubras adentro
no mi muerte,
sino la semilla.
como si fueran rosas,
y yo solo puedo
callar y esperar
a que separes cada sépalo,
cada vuelta de corola
y descubras adentro
no mi muerte,
sino la semilla.
Ahora, se ve nacer
entre los astrágalos
de nuevo la palabra;
transfigurada
por tu arte alquímico,
en hoja de oro,
extraida
de la Estigia,
ungida
de ambrosía.
entre los astrágalos
de nuevo la palabra;
transfigurada
por tu arte alquímico,
en hoja de oro,
extraida
de la Estigia,
ungida
de ambrosía.
martes, 21 de junio de 2011
Puente
Maldición,
¿dónde encontrar
el desamparo?
Tú y yo
somos el peso muerto
de las horas perdidas.
La herida profunda del oleaje,
los huesos roídos de Abril.
Siempre es la memoria
la amarga semilla
que se abandona
al silencio.
Háblame del fruto,
cántame los campos.
Desde esta esquina del mundo,
háblame al oído,
háblame del vuelo
de tus manos,
de la fragilidad
del canto.
Recorre el verso,
apaga la hora,
como si la hoguera matutina
fuera la arcilla
del deseo.
Dáme el osario
de tus dioses,
despierta del sueño
y vuelve.
Vuelve secretamente
de los bosques antiguos
donde están los troncos de sal
y el musgo anochecido.
Rasga mi frente,
en señal de tu partida.
Signa, escribe
con tu dedo índice
los símbolos
de la belleza,
en los follajes,
en la noche que espera,
en las luces
nocturnas,
el elixir
y las cenizas.
Estás en la noche
donde el agua fluye
en el milagro inaudito
de tu rostro
y tus manos
y yo espero,
sobre éste oscuro
árbol incierto.
El mar
- No se emprende el viaje,
sino el camino.
Y entonces se espera
y se parte
hacia cualquier lugar.
Uno supone
que tras algún tiempo
uno llega al encuentro
y ha logrado escapar
de la nada irrisoria
que es siempre
la tierra natal.
Pero entonces,miras el cieloy ahí está:el mismo Sol,y te preguntassi en verdadese es tu destino.
- A monsieur Rimbaud: nunca te dispararé, lo prometo.
lunes, 30 de mayo de 2011
Game over
Estoy enfermo y sólo, al borde de un franco episodio psicótico. Cuando se están dos semanas sin probar bocado, se olvida la sensación del hambre. En su lugar, se siente una insoportable repugnancia a cualquier cosa que se tenga que deglutir, incluida la saliva. Ya no es aire lo que respiro, sino agua. Mis dedos se curvan grotescamente sobre sí mismos, como si fueran garras. Golpeo mi frente contra la pared. Escucho cómo el concreto retumba y cómo mi cráneo sufre graves contusiones hasta que la piel se rompe y comienza a sangrar. Arranco de un tirón los pelos de mi coronilla. Hundo mis uñas en mis ojos y mis pómulos. De un puñetazo rompo las ventanas y mis nudillos quedan completamente ensangrentados.Ahora la calma. La absurda y estúpida calma.
¿Qué es lo que he hecho?
Lo único que queda... es la muerte.
¿Qué es lo que he hecho?
Lo único que queda... es la muerte.
domingo, 1 de mayo de 2011
Esperanza absurda. Tú sabes, yo sé que ésto ha de acabar algún día y hoy más que nunca ansías que eso sea pronto. Sabes que tú y yo no somos sino un manojo de gestos ensayados sobre la vida. No sabemos bien qué o quiénes somos. Te odias a ti mismo por el simple hecho de existir, porque cualquier cosa que haces, sin posibilidad de excepción, es una idiota pantomima de aquello que quieres ser y no eres. Da lo mismo, entonces, caminar por calles conocidas, buscar rostros familiares en la multitud, hallar multitudes en la soledad de lo cotidiano, tratar de hallar cotidianamente el remedio a aquello que no conoces, pero sabes inevitable, eterno, natural: la soledad. Sientes que no hay nada más contra natura que tratar de paliar la divinidad del ascetismo. Te sientas bajo un árbol, la gente pasa, las campanas suenan, caminas y no hallas sosiego. Imaginas, escuchas, crees escuchar, crees ver, crees creer, la vida, el viento, todo tan irremediable, todo tan trágico, tan inevitable...
Oda
A las 3 de la tarde uno debería sentarse donde quiera que uno esté y observar callado cómo pasa la tarde. El asunto funciona mejor si uno está en la Rue de Vigny, o en el Boulevard des Courcelles. No hay nada mejor que notar la vaguedad del pensamiento; lo increíble y lo banal que al mismo tiempo todo parece. Nada causa mayor placer que tener la mirada perdida, el pensamiento vacío y el cuerpo en su posición más natural; aquella que éste asume por el mismo hecho de ser cuerpo. Alguien dice una u otra palabra, tú escuchas, y cada palabra evoca en tu mente un paisaje distante, una historia ajena a tus manos que a ratos protagonizas y al otro olvidas. Pasan junto a ti figuras sin rostro, sin nombre; oscuras, difusas; se pronto fijas tu mirada en alguna e imaginas, prefieres pensar que ambos son víctimas de un absurdo encuentro cortazariano; reconoces su rostro, su andar su hipotética voz. Intentas quitarte un sombrero que no tienes puesto; respiras el humo del cigarrillo que la mujer leyendo junto a ti está fumando. Lentamente, exponencialmente luego, subes de nuevo a la superficie. Tras una fracción de segundo, súbitamente, tus oídos recobran la percepción de todas las voces; las cercanas y las apagadas; los alientos silenciosos, confusos, suspiros nocturnos a plena luz del día. El bullicio de pronto se agolpa en tus oídos, la multitud se agolpa en tus ojos y, de pronto, ya no estás sólo. De aquí de nuevo el mundo. Tan real y extraño para el alma.
Epístola nocturna
Es tarde y hace frío. El cielo se ve tan oscuro que me pregunto si es uno distinto. A lo lejos se escuchan los ruidos de una madrugada en un lugar lejano: los maúllídos insistentes de un gato, el incesante canto de las cigarras y los grillos, y un vago susurro que parece provenir de algún lugar intangible de esta oscuridad... Paso intermitentemente del sueño ligero a la vigilia difusa. De pronto me da la impresión de que te veo junto a mí, pero el frío me devuelve a la realidad. Pienso que no es suficiente ; quisiera tenerte siempre conmigo. La distancia, sin embargo, es ineludible. Mañana despertare y me daré cuenta de que pensar en ti se me ha vuelto un vicio. Ya es de noche y hace frío, pero salí a ver la luna porque me recuerda a ti. El olor del rocío formándose en las hojas de los árboles me recuerda a tus manos, y aquí sentado me siento invadir por una creciente sensación de abandono que me recuerda que he estado en tus brazos, y que en tus brazos me he protegido del viento. El viento hiela los huesos. No escucharás mi llanto, y por eso lloro en silencio. No se quien eres; no sé quién soy... Sólo contigo puedo verdaderamente escapar de mi mismo. Quisiera huir;correr a tu encuentro... La vida acaba irremediablemente y nada me da más miedo que todos los días despertar y ver que todo sigue igual. Por eso te necesito, y por eso necesito que me necesites; porque temo que algún día todo se habrá ido, y yo no habré conocido la vida contigo... Lo demás no me interesa, aunque así debiera ser, sólo tú, y yo cuando estoy contigo.
jueves, 28 de abril de 2011
Dinosaurio
El joven dinosaurio
de salvaje apetito
vivió en un tiempo
en que era común
morir desangrado
por el piquete de un mosquito.
Ocasionalmente sucedían
extinciones masivas
a causa de erupciones volcánicas
y otros cataclismos.
Sus pezuñas de saurisquio
desagarraban fácilmente
la carne tierna
de otros dinosaurios,
sin la etiqueta prehistórica
que supone
el cretácico.
de salvaje apetito
vivió en un tiempo
en que era común
morir desangrado
por el piquete de un mosquito.
Ocasionalmente sucedían
extinciones masivas
a causa de erupciones volcánicas
y otros cataclismos.
Sus pezuñas de saurisquio
desagarraban fácilmente
la carne tierna
de otros dinosaurios,
sin la etiqueta prehistórica
que supone
el cretácico.
Ésto se llama cacería.
Las aves vinieron del mar,
del viento, del fuego.
Sus prodigios salvajes
olían a sal y tierra.
Ellos sabían de la lluvia;
lo sabían ya
el día en que llegaron.
Sabían de los ríos,
de las piedras
y los tubérculos;
del fuego
─pues del fuego venían─;
del viento
─pues del viento venían;
y del mar
─a donde siempre volvían─
Las aves vinieron del mar,
del viento, del fuego.
Sus prodigios salvajes
olían a sal y tierra.
Ellos sabían de la lluvia;
lo sabían ya
el día en que llegaron.
Sabían de los ríos,
de las piedras
y los tubérculos;
del fuego
─pues del fuego venían─;
del viento
─pues del viento venían;
y del mar
─a donde siempre volvían─
domingo, 17 de abril de 2011
Nunca más
Hurgo en mi memoria
y en la esperanza.
Tanteo a ciegas
ésta absurda oscuridad
en que me encuentro.
No recuerdo ni tu rostro,
ni tu nombre.
y en la esperanza.
Tanteo a ciegas
ésta absurda oscuridad
en que me encuentro.
No recuerdo ni tu rostro,
ni tu nombre.
Guia para un estupendo cumpleaños
Ir a misa de ramos (solo)
Tomarte 5 expresos dobles cortados en Regina (solo)
Ir a ver a un amigo indigente y brindar con el con un cabertnet savignon joven ( diría que solo pero estaba con el indigente)
Vomitar en medio de la calle por el revoltijo de vino y cafe y sentirte de la vil rechingada (solo)
Tener la esperanza de volver a ver a Zanella un día de estos.
Tomarte 5 expresos dobles cortados en Regina (solo)
Ir a ver a un amigo indigente y brindar con el con un cabertnet savignon joven ( diría que solo pero estaba con el indigente)
Vomitar en medio de la calle por el revoltijo de vino y cafe y sentirte de la vil rechingada (solo)
Tener la esperanza de volver a ver a Zanella un día de estos.
domingo, 10 de abril de 2011
No eres la mitad que me falta,
pero te necesito.
Sin ti sería
como el cielo sin agua,
o como el árbol
sin río;
silencio sin respuestas...
Porque la luz encierra
la sombra que no existe,
el camino que no se halla.
Y sin embargo nadie escucha
cómo caen mis pensamientos,
y nadie me escucha
en mi agonía,
sino tú.
Porque digamos
que es larga la espera,
que hay que esperar.
Que algún día llegarías,
y aquí estás.
Cuando no estás aquí
hablo de ti,
como si al mismo tiempo fueras
mar abierto
y desierto.
Y como no eres
aquello que no tengo,
te temo,
en busca de todos los ecos.
A lo mejor no existes,
y solo existes en mi deseo.
viernes, 8 de abril de 2011
No me gusta decirte "te quiero". No porque sea mentira: es lo más cierto que conozco y que he conocido. Tampoco porque no quiera, pues me resulta tremendamente necesario decírtelo. El asunto es otro. Lo digo y me siento culpable; siento que juego sucio, que te hago trampa, que te tiendo un cebo para que me quieras, para que te sientas obligado a corresponder en algún recóndito lugar de tu ser mis sentimientos tras éstas breves palabras, y, con suerte, tras repetirlo mucho, tú mismo acabes por creerlo. No me gusta porque presiento que soy un inútil en ésto del amor, y solo de ése modo podrías saberlo, y el que lo sepas es una razón más para que aún no te hayas hartado de mi. Yo te quiero, pero al decírtelo siento que te privo de alguna agradable incertidumbre, y de tu legítimo derecho de odiarme y abandonarme. Luego siento vergüenza de mi mismo y de mis palabras y de las cosas que pienso. Me siento terriblemente autocondescendiente y pienso que tú podrías tener tus propias razones que yo jamás comprendería, o quizás ni siquiera necesites razones, no sé... Me siento terriblemente narcisista por pensar que lo que yo diga pueda interesarte en lo más mínimo, o cambie tan solo un poco lo que piensas. Ahora estoy aún más avergonzado: ¡Convertir mis sinceras divagaciones en literatura barata
miércoles, 6 de abril de 2011
[Sé cuál es la solución]
Sé cuál es la solución.
Deshacerme de mi,
de ti,
de nosotros,
de él,
de ellos,
de la tierra,
del aire
y del tiempo.
Deshacerme de mi,
de ti,
de nosotros,
de él,
de ellos,
de la tierra,
del aire
y del tiempo.
Juan 11:16
Hoy no sé muy bien qué escribir. Son las dos de la mañana y casi nunca sé nada a éstas horas. Iba a escribir algo que recordé, pero alguien me dijo alguna vez que solo escribo de lo que se halla en mi memoria. Hoy no tengo ganas de nada. Todo parece distante; ajeno a mi. Todo menos la biblioteca a la que iré mañana a las 10 de la mañana. Como nota al margen, creo que he logrado actuar convincentemente el personaje que creé para mi. He convencido a casi todos, pero ahora comienzo a creer que la misantropía no me va. Debería quitarme la maldita costumbre de dormir tan tarde, y ponerme pretextos a mi mismo, que ante los demás convierto en verdaderos. No sé a quién en el mundo podría interesar lo que escribo, pero me da lo mismo. No escribo para que alguien lea, sino para que yo mismo escriba. El arte por el arte, diría alguien de cuyo nombre no puedo acordarme. Me siento estúpido. Hasta la noche parece dormida, y yo cantando. Por alguna razón incomprensible para mi, pienso en Marcel Duchamp. Leí una vez una entrevista que le hicieron, y los títulos de las obras de las que hablaba me parecían fantásticos e inspiradores. Sobre todo "Jóven triste en un tren". Daré la muestra más fehaciente de mi narcisismo. Ahí me imaginaba yo. En una estación de tren. En París, por supuesto, pues Duchamp es francés, o al menos su nombre suena francés. Me imaginé a mi mismo en una estación de tren en París. no estoy muy seguro si estoy en el andén o a bordo del tren. Creo que adentro. Como decía, ahí estaba yo, en una estación de tren en París, arribando en el tren de las 3. Apoyaba delicadamente mi brazo en la ventanilla, y veía pasar manchones emborronados frente a mis ojos mientras pensaba que la vida no siempre es lo que parece, aunque lo parezca. Luego me acabé el café, dejé el dinero sobre la mesa y salí apresuradamente con tal de que nadie me viera. Tengo miedo. Quizás un día de estos, sin que yo me dé cuenta, me quede huérfano, o tal vez termine suicidándome, también sin saberlo. Si es así, terminaré odiando a mi padre, o a mi mismo. Tengo miedo porque me han dicho que el odio no es bueno, y lo que no es bueno, es malo, y lo que es malo es digno de temerse, aunque sea hipócritamente. Tengo el oscuro presentimiento de que en unas horas partiré. No sé a dónde, ni por cuánto tiempo. Espero que el viaje no sea en avión, porque siempre digo que los aviones me marean, aunque no sea cierto, pero aunque no sea cierto, los aviones me causan algún malestar; el de mentir tal vez, y por eso no me gustaría que el viaje fuera en avión. Me gustaría más que fuera a pie. Siempre he tenido ganas de caminar hasta encontrar el fin del mundo, o por lo menos llegar de nuevo al punto de partida. No quiero perder el tiempo con suposiciones. Si es la hora, partiré y punto. Acabo de recordar un olor. Trato de recordar a qué lugar está asociado en mi memoria, pero es inútil; solo puedo recordarlo por sí mismo. Aún falta para qué amanezca. ¿Cuál es el punto de todo? ¿De ti, de mi, del cielo, de los coches, de la literatura, de los pasteles, de los gatos blancos, de las escaleras, de las tarjetas de cumpleaños, del sexo, de la ciencia, de la historia, o de los finales felices? A final de cuentas, ¿para qué? Estaremos vivos solamente un instante, y, en cambio, estaremos muertos por toda la eternidad. Hace un rato sonó el teléfono. Era Luis. Quería ir al cine, y yo le dije "¿Para qué"?. Creo que no supo qué responder y colgó (Solamente después de que yo hubiera hecho exactamente lo mismo, claro) Debería leer a Kafka porque es un muy buen escritor. Nunca lo he leído, pero de algún modo lo sé. Tiene que serlo: es mi escritor favorito. Quiero escribir una carta, pero aunque encontrara el valor para escribirla, jamás sabría a quién enviarla. Qué ironías nos da la vida...
domingo, 3 de abril de 2011
Estoy cansado. Recuerdo con poca claridad qué sucedió anoche, o la noche anterior. Me es imposible distinguir entre mis sueños y aquello que en realidad ha sucedido. Estoy tendido mirando al techo y mi cabeza da vueltas; no sé si es de madrugada, o recién ha anochecido. Escucho conversaciones apagadas al otro lado de la puerta. Entorno mis ojos y trato de distinguir alguna figura, pero veo todo borroso. Siento todo mi cuerpo como un malestar extraño, como de haberlo perdido todo. No sé quién soy, ni dónde estoy. Cierro mis ojos para no volver a despertar.
[fragmento]
La mañana fría y gris me ha sorprendido despierto.. Algunas aves cantan alegremente en los árboles cercanos, y yo pienso en ti, como siempre. Ésta noche no he soñado, pero he pensado en tus labios; me parece que el mundo no es sino aquello que queremos que sea. Despierto, camino, juego un rato a que estoy vivo, camino entre la gente, silencioso, tropiezo con la vida. Sólo yo he decidido estar aquí. Cuatro paredes, una cama y demasiados libros como para contarlos. Cada día es cada vez más insoportable. Invento ficciones que den sentido a mi vida. Todo pasa, todo se olvida, y al final del día estoy sólo, tumbado entre las sombras y busco tu cuerpo en las tinieblas. Conozco bien la oscuridad, pero ¿qué somos nosotros?
Yo por mi parte, soy un cobarde sin más rudimentos para la vida que una memoria deficiente y mis deseos frustrados de ser escritor. A veces paso muchos días en silencio. Yo no tengo algo por decir y nadie parece querer escuchar mi silencio. Por desgracia en ésta infame ciudad siempre hay suficiente bullicio como para silenciar cualquier voz interna, por necia que sea. A veces tengo ganas de caminar y caminar hacia cualquier parte, perderme y no volver. Me invade la desesperanza y tengo la necesidad de escribir porque ─pienso─ es tal vez la única cosa que me gusta hacer, hágala bien o mal. A lo lejos escucho los ladridos matutinos de algún perro. Quiero morir, porque la vida no es ninguna moraleja, porque la vida es un viejo armario lleno de pretextos para soñar, de vacíos, de soledades que no acaban. En un rato emprenderé alguna ridícula travesía dominical para no asfixiarme con el aire viciado de mi habitación. Recuerdo algún Viernes: tú y yo bajo algún árbol, la interesante sensación de lo prohibido y el soplo desagradable del viento que mece feamente las ramas sobre nosotros y me provoca un sobresalto cuando acaricia la piel de mis brazos. Sin quererlo pienso en ti y me doy cuenta: estoy sonriendo.
Me dicen a menudo que me haces bien. Que mis conversaciones ─tan parcas como siempre─ resultan más animadas, y que parece que veo la vida con otros ojos. Tomo un sorbo de té y la realidad se torna ineludible e inevitable. Hay cosas que no podría olvidar aunque quisiera, como aquella vez que... bueno, quizás sí podría. Lo interesante de la memoria es que recuerda justamente aquello que no necesita, y olvida aquello que es preciso recordar. Ahora recuerdo: tenía 7 años. Mis padres no estaban en casa, y yo disfrutaba del silencio. Desperté y no encontré a nadie. Miré por la ventana y por un instante me sentí transportado a otro tiempo. Desaparecieron mis goces infantiles y por un instante vislumbré pensamientos ignotos, melancolías desconocidas y motivos ignorados. Si lo pienso bien, me sentí justo como me siento ahora. Retomo el aliento; el frío del exterior se cuela por la ventana. Te extraño; no logro comprender ésta extraña necesidad vital de tenerte a mi lado. A veces imagino que estás triste, quizás por aquellas cosas que nunca ocurrieron, o porque es domingo... yo qué sé. No sé qué hacer. Me resisto a convertirte en mera literatura, pero escribirte es necesario para no olvidarte, y para no olvidarme. Yo soy nadie y a la vez muchos, cuando estoy contigo. Quizás más que resignarme debería pensar que estamos hechos para estar distantes, para imaginarnos en lo intangible de la distancia y el viento, pero es difícil tener alguna certeza con ésta sed febril de ti y de tu cuerpo. De pronto experimento una urgente necesidad de trascendencia, un absurdo deseo por ser alguien sólo para ocupar un espacio en tu memoria. Afuera crece el ruido. La ciudad despierta lentamente. Quiero contarte mi historia; espero que no sea solamente un capricho. Ojalá lloviera.
No me conformo con saber que a veces piensas en mi. Quiero saber en qué laberintos se pierde tu mirada cuando callas, me interesan tus motivos ocultos, tus sueños inquietos, tus horas oscuras. Ya ha amanecido y te necesito. Me haces falta... Tú y yo lo sabemos. Yo insisto, pero nadie me cree.
domingo, 27 de marzo de 2011
Viernes por la tarde
Sobre nosotros de cierne un fulgor a la vez áureo y pálido, como si el sol desapareciendo tras de la cortina, tras la ventana ─y aún más allá─, tras las contundentes siluetas de los edificios (Los edificios existen por sí mismos, pero sus respectivas siluetas existen solamente para ser contempladas por las tardes) se hubiera transformado en una delicada niebla que poseyera nuestros ojos y nuestros cuerpos, e invadiera gradualmente el espacio entre nosotros. El cielo se vuelve de un azul grisáceo, casi tangible; denso. Lentamente tu habitación se va oscureciendo, pero no llega a la penumbra ─Miro tu rostro apenas iluminado─, sino que queda agradablemente suspendida entre la luz y la sombra. Flota entre nosotros ese débil resplandor, opaco, palideciendo siempre un poco más, mas nunca definitivamente. Se entrelazan mis brazos con tu cuerpo, como nuestros alientos exhaustos se funden con el aire en un sordo rumor. La puerta cerrada es nuestro cómplice. Somos los únicos espectadores del cielo, de los árboles, de las aves que no cantan; de la latente oscuridad que se cierne indecisa, del silencio; de nuestro silencio. A las seis de la tarde hasta tu cama y tus ropas nocturnas son completamente poéticas; tu habitación pequeña,como un escondite es el camino a ninguna parte (Ninguna parte es un lugar bastante real. Hemos estado ahí los últimos 30 minutos, desde que tu madre se fue de aquí), por donde huimos de nada, del tiempo, de lo insoportable que es ser todo el tiempo nosotros mismos, de la absurda certeza de que tú y yo somos individuos distintos. Da lo mismo cuáles fueran tus intenciones, pues de cualquier modo todo sucedió justo como jamás podré imaginarlo, y como nunca esperé. Da lo mismo, porque al reposo sigue el reposo, o la huida, y al éxtasis sigue también el reposo, o la huida; y terminamos como comenzamos y como algún día terminaremos definitivamente: la mirada perdida, o tal vez acompañando al pensamiento ─éste sí perdido─en Dios sabe qué devaneos con nuestras esperanzas, anhelos y consolaciones, y con múltiples consideraciones acerca de la Verdadera implicación de hacerlo un viernes por la tarde. No quiero mirarte, porque te abrazo, o me abrazas; no lo sé muy bien: me cuesta trabajo distinguir dónde acaban mis dedos y dónde comienza tu vientre. Me dan ganas de consolarte, como si hubieras perdido todo, pero luego veo tu rostro tranquilo y tu cuerpo infinitamente calmo, repleto de mar y de arena y de viento; escucho tus exhalaciones como al rumor del oleaje y parece que me balancean suavemente con su arrítmico pero cadencioso vaivén. Ahora pienso que hace unos instantes todo tu cuerpo era una ola, ése lento vaivén marino, y te convertiste en el mar, en el lecho de todos los ríos. Pienso que me equivoco cuando digo que no hay cosa alguna que pudiera hacer ininterrumpidamente por toda la eternidad. Ahora sé que hay dos: la muerte. La gran muerte y ésta: la petit mort. Por fortuna ambas pueden experimentarse con la relativa prerrogativa de escoger la hora y el lugar. Digo relativa, porque tengo una misteriosa habilidad para perderme y llegar siempre tarde. Aunque en éstos casos es una muestra indudable de caballerosidad y gentiliza el llegar un poco tarde, siempre y cuando el beneplácito ajeno esté debidamente asentado en un egoísmo lo suficientemente hedonista. Mi padre me espera, pero no me importa. Soñaré contigo hoy, y mañana, hasta que recuerde cada rincón de tu cuerpo tal como ahora lo contemplo. <> Hemos de volver a tierra firme, el lugar de las grandes verdades. De alguna manera despierto y seguimos aquí; todo parece real aún. Me doy cuenta, sin saberlo, de que por fin nos hemos sumido en la oscuridad. Adivino tu cuerpo en las sombras y aún te tengo; aún me tienes. Busco a tientas tu pecho y siento tu respiración sobre mi antebrazo. Las manecillas de mi reloj me devuelven lentamente a la realidad por segunda vez. miro la hora. Es hora de volver. Debo tomar el autobús.
miércoles, 23 de marzo de 2011
sábado, 19 de marzo de 2011
Elegía
No hay camino de vuelta.
Hoy he visto el último mañana.
Solo quería ver la Luna,
sentir el viento...
¿Qué hay de malo en ello?
Si éstas son mis últimas palabras,
que estén llenas del gozo
que yo nunca tuve.
¡Que nadie manche
con sus lágrimas mi camino!
Que nadie llore...
Así pues, ¡Rían!
¡He muerto!
Hoy he visto el último mañana.
Solo quería ver la Luna,
sentir el viento...
¿Qué hay de malo en ello?
Si éstas son mis últimas palabras,
que estén llenas del gozo
que yo nunca tuve.
¡Que nadie manche
con sus lágrimas mi camino!
Que nadie llore...
Así pues, ¡Rían!
¡He muerto!
Amanece el silencio,
y he aquí que he olvidado.
La tenue luz avisa
una sed desconocida.
La ternura de tus manos
tiembla en las ramas sin hojas
en el marco blanco
de mi ventana.
La mañana gris y pálida
languidece como palabras derrumbadas,
como la punta de tus dedos
o tus párpados cayendo.
Me dan unas ganas tremendas de llorar,
por que no sé,
no te conozco,
no te poseo.
A ratos parece
que te vuelves un poema
y te leo,
te escribo.
Toco tus manos pluscuamperfectas,
palpo todas tus sinécdoques:
¡agua!
¡nube!
¡viento!
¡río!
(...)
Mas cuando estoy a punto
de besar tus labios oximorónicos
descubro furiosamente
la locura.
Me hundo dulcemente
en éste caos
de muerte flotante.
Vacío mi mente en la tierra mojada
y huyo.
Las vírgenes horas vacías
desfilan prístinas
e intocables
frente a mi puerta,
como el mar,
o la luna.
Se van para siempre todas,
cada una...
No es posible volver,
ni dejar de estar solo...
y he aquí que he olvidado.
La tenue luz avisa
una sed desconocida.
La ternura de tus manos
tiembla en las ramas sin hojas
en el marco blanco
de mi ventana.
La mañana gris y pálida
languidece como palabras derrumbadas,
como la punta de tus dedos
o tus párpados cayendo.
Me dan unas ganas tremendas de llorar,
por que no sé,
no te conozco,
no te poseo.
A ratos parece
que te vuelves un poema
y te leo,
te escribo.
Toco tus manos pluscuamperfectas,
palpo todas tus sinécdoques:
¡agua!
¡nube!
¡viento!
¡río!
(...)
Mas cuando estoy a punto
de besar tus labios oximorónicos
descubro furiosamente
la locura.
Me hundo dulcemente
en éste caos
de muerte flotante.
Vacío mi mente en la tierra mojada
y huyo.
Las vírgenes horas vacías
desfilan prístinas
e intocables
frente a mi puerta,
como el mar,
o la luna.
Se van para siempre todas,
cada una...
No es posible volver,
ni dejar de estar solo...
Apoteosis
Por un momento digamos
que lo inmemorial ha despertado.
Que los dioses de tu cuerpo
devuelven al mundo
el fuego perdido.
Digamos que he muerto
y en el río sagrado de tu boca
tranquila mi alma abreva.
Se me antoja que entonces
todos los días serán viernes santo
y cantaremos tu nombre,
y en tu nombre cantaremos
himnos y alabanzas.
Y entonces,
¡Qué lúcida clarividencia!
¡Qué languidez tan etérea!
La otredad divina
manará de tus ojos
y entonces encontraremos
el paraíso perdido.
Teogonía
Cierro los ojos.
El mundo, entonces,
renace ante mi mirada.
Con una mano haces al Sol salir.
Mueves la otra, y huye la Luna.
Tocas mis párpados
y en mis ojos pones el firmamento.
Sonríes,
con ese gesto infinito
de saberlo todo.
─¿Sabes qué es la esperanza?─
Luego miras perdido al horizonte.
(Hemos de hallarnos allí,
donde la vista no alcanza.)
─Y nada habrá ya por hacer─
Un furor extraño
invade tus pupilas
y son entonces lluvia,
árbol, pregunta.
Sea tu cuerpo mi santuario
y mi sepulcro;
la piedra de mi fe
y el estertor de mi agonía.
¡Sea la noche
nuestra sed febril!,
¡Agua clara y transparente
que en la zozobra del tiempo perece.
Tú sonríes afable
y el mundo, entonces, calla.
Cruzas los brazos y nada dices.
¿Está todo perdido?
¿Aún hay algo que hacer?
De pronto, ¡el milagro!
Tomas mi mano
y la transfiguración ocurre:
Muerte, sol,
flor mística.
Entonces eres como un ave;
insondable, vuelas en todas las cosas;
Posas el vuelo y desapareces.
¡Siempre vuelas!,
¡Siempre vuelves!
En el cántico vaticinante
del follaje,
en el flotante resplandor
que lo atraviesa,
en un haz de polvo, invisible a instantes.
Del fuego nacimos.
En el agua fría
de tus ojos abiertos.
En el hálito gris de tu boca...
Tu boca silente,
esperando a ser
encontrada....
viernes, 11 de marzo de 2011
Yo no
Yo no te quiero como cualquier persona,
yo te quiero como los días más importantes de mí vida.
Como alguien que quiere la libertad y el deseo.
Yo te quiero de una manera irregular pero constante.
De una manera lenta pero desmedida.
Te quiero como un desconocido, que te conoce y se enamora día a día.
Como esa persona que olvida la fecha y la hora.
Como un ciego que cruza una calle suicida.
Yo no te quiero como cualquier persona,
te quiero como yo solo yo se que te quiero.
¿Volando en el viento?
¡Qué se deshagan mis manos,
mientras fumo los recuerdos
y los suelto al viento!
¡Qué se caigan mis ojos,
y ya no te vean personificada!
¡Qué de las cenizas surga un alma nueva!
¡Qué el viento sea mi compañero,
y me lleve a tu lugar de olvido!
¡Qué así, se consuman mis manos,
después mis brazos...
-y ya no te abrace-
Volvérme uno de tus recuerdos,
¿volando en el viento.?
La calle sigue aún mojada...
La calle sigue aún mojada,
mientras agoniza el alma
después de una llovizna.
¿Cuándo fue el día,
en el que tu adios se llevó mi alma?
¿Cuál fue el alba,
que vio mi cuerpo hecho humo?
Humo si rumbo, sólo humo
que poco a poco se perdía.
No quiero tu olvido,
solo tu último recuerdo.
Quizás seamos la antítesis amorosa.
Quizás te amé hiperbólicamente.
La calle sigue aún mojada.
Y no recuerdo el día,
ni la vida.
Sólo se que humo soy
y en cenizas caigo.
La calle sigue aún mojada,
y se disipan todavía mis lágrimas en el suelo.
Siguen intactas,
intactas con tu reflejo.
Y tu reflejo me mira...
Y yo paso de ser humo, a una lágrima.
martes, 22 de febrero de 2011
Apología a la página en blanco
De nuevo aquí, frente a frente. Estoy ante lo inimaginable, ante lo inconmensurable: la burlona e interminable vacuidad de éste trozo de papel. Parece difícil creer que ninguna de las cosas que se comunican intangiblemente entre mi pensamiento ─memoria, anhelo, contrición , deseo─ y la punta de éste lápiz se atreva a ser liberada ante ésta nada tremenda. Éste y no otro es mi miedo más sincero, mi temor más secreto. Ahora estoy indefenso conmigo como único testigo. Solo yo sabré de mi fracaso. Solo yo sabré cuánta impotencia, cuánta vergüenza he de sentir al sucumbir a la convincente amenaza que ésta hoja me presenta. Quien viera ésta lucha encarnizada notaría lacónicamente mi evidente debilidad; lo fácil que me doy por vencido.
Me sorprende el metodismo con que sopeso mis ideas solo para inmediatamente desecharlas, ninguna suficientemente digna de tan nívea grandiosidad. Me gustaría ser de aquello que no escatiman en derrochar palabras; de aquello que tienen por decir cosas maravillosas, grandes verdades. Quizás, entonces, éste sería un asunto fácil, y no la ignominiosa tortura a la que me someto cada tercer día, cuando al parecer he hallado las palabras precisas para decir justamente aquello que ha estado tanto tiempo en mi cabeza y corro con excitación a buscar mi cuaderno, solo para comprobar que la aparente genialidad de esas líneas se ha ido, y, en lugar de ella, me queso solo con ésta mísera página en blanco.
Calma
Las aves ─heridas─ cantan.
Las copas de los árboles
se desbordan en silencio.
Los sauces ─tristes─
lloran.
La calle está mojada
y el agua amortigua
mis pasos
en el aire;
en el aire;
llega flotando
el susurro
de la vida renaciendo.
A través del espejo
contemplo
el nuevo cielo,
y vuelo.
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